Amantis

Claudine quiso dar una sorpresa, y bandeja en mano, llevó el desayuno a la cama conyugal cuando descubrió al abrir la puerta que su marido se había convertido en un insecto. Pensó que era una excentricidad más de las suyas y mirándole fijamente a sus ojillos negros, apostilló que iría a dar una vuelta a trescientos kilómetros por hora con el Ferrari hasta que se le pasara aquella animalidad transitoria. 

Aún siendo insecto, Paul hizo un esfuerzo extraliterario y balbuceó algo así como que ya que bajaba podía preguntar en el farmacia por algún remedio para lo que le estaba ocurriendo, pero Claudine ya estaba dentro del ascensor, perfilando sus labios de rojo frente al espejo. Iba a tener una cita con su amante, un mes y medio más joven que ella.

Claudine decidió esperarle en la puerta del trabajo. Propusieron visitar la tienda de decoración de su amigo Pascal, y embobada en el asiento del copiloto, no pudo evitar dar vueltas a cómo combinaría una lámpara art noveau con un insecto. 

Paul tuvo una debilidad humana muy rusa: tuvo ganas de jugar a la ruleta. Y aunque en la situación en la que se encontraba todos los números le parecían malos, anheló vestirse y llamar a su mejor socio, que manejaba muy bien los dados. Pero una tristeza crujiente pesaba sobre él, al menos alcanzaba a ver el cielo a través de la ventana: nada superaba los cielos de París, incluso para un bicho como él.

Claudine no dejaba de pensar en Paul. Aun siendo un parásito le seguía pareciendo atractivo. Nunca había tenido las piernas tan delgadas. Pero ¿cómo iba a ponerse ahora los pantalones de pata de gallo que le había comprado hacía una semana, o cómo iba a calzarse si los zapatos le quedaría mil tallas grandes?

Embuída en sus pensamientos entomológicos, después de discutir con su amante ascendente a Ofiuco, y al negarse a ir a comer a un restaurante mejicano, desembocó en el Sena. Observaba las olas marrones en contraste con la misma atmósfera que veía Paul en su encierro invertebrado: gris azulada. Claudine era tan atractiva que todos los chinches de debajo de los puentes querían pegarse a su cuerpo. Le pareció demasiado pedirles consejo. 

El café de la Place rebosaba humo de cigarrillos, y en esa espesura descubrió como su amante amante de los gatos, ocupaba una de las mesas, abatido, convertido en un insecto, intentando atrapar una fajita de pollo, con sus ocho patitas babosas. A Claudine no le sorprendió, se estaba acostumbrando a esas transformaciones, pero entendió la repulsa de las mesas vacías a su alrededor, y se lanzó sobre él compasivamente. Comenzaron a hablar de Mies van der Rohe, eso les pareció amor. 

Pidieron un café y un whiskey y al segundo sorbo, Claudine empezó a convertirse en una mantis. En ese precioso instante, en su cuarto de techo alto y lámpara de lágrimas, y después de mucho esfuerzo, Paul consiguió darse la vuelta y huyó trepando por la pared del hôtel particulier.





EN EL JARDÍN.

cuatro muros verdes como cárcel de contemplación

la barbacoa vacía de carne es un féretro
el zumbido de la depuradora mantra
al columpio no le pesa el bikini todavía húmedo
parece que a las moscas no les gusta las portadas
de las revistas del corazón


lo dulce de las plantas de mis pies sucios de higos dulces espachurrados

los perales preparados para parir globos de gotas gordas
amarillas de compota

han matado a algún pájaro, las plumas cortan el papel azul
del cielo cuando caen

el silencio de las esquinas no rematadas aún con granito ocupan gnomos

insectos como monstruos que destruyen ciudades al microscopio,
las regaderas, teteras por el suelo

sometes las manos dibujando un mapa interior en la hierba
para no expresar lo que sientes

arde de verde y negra la vista al sol, truena hacia las antenas del pueblo, 
a lo lejos, como palmeras después de un incendio.


Paloma Negra

 

Orgullo hinchado de vagabundo

las ratas no tienen esa pluma verde morada 

tornasolada 

aunque te digan lo contrario

qué negro sería carroñear en el centro

del corazón de la tierra
fuera de la independencia de la ciudad

no hay ancianos volando migas

Anónimo y autómata pájaro

puede ser
pero el mimo de los niños

asustándote

a los pies de las esculturas 

de las chimeneas
todo el mundo las conoce

Valiente dejando blanco de cal
el cemento que ha dejado huella 

te odian

pero en la oscuridad del agujero

en la esclavitud de tu polvo

bajas las alas avergonzado 

deseando ser gárgola.

🧊 escultura de carne

Ayer decidí dar una tregua a mis neuras y he despertado con la piel marmórea sintiéndome un Apolo.

Los muslos menos enjutos, llenos de piedras, y los ojos penetrantes, como de buceo en una piscina de chocolate negro. 

Los pómulos de vino rosado y los labios rojos carmesí de calma. La frente blanca Carrara, y un heroísmo de escultura griega de pito pequeño.

Ayer cuando alguien me dijo, eres placentero, decidí dar una tregua a mis nervios, y he despertado con los hombros marcados a cincel.

Los omóplatos como alas brillantes, que reflectan, como dos ventanas de vidrio de un rascacielos que protegen del tiro.

La inquietud de ayer terminó, y he despertado convertido en una bandera blanca.

Mi cuervo trans 🖤🩷

Tengo un cuervo en casa que se llama Paco. Suele posarse encima de la televisión. Él me hace de flamenca. Paco pasa de la televisión a guarecerse detrás del joyero que compré en Praga para enjoyarse en la intimidad. Le encanta. El vecino de enfrente lo saluda cada vez con más frecuencia a través de la ventana y lo llama Cristina. Al cuervo parece darle igual, ya que le proporciona comida, pero se pone nervioso. La verdad duele y te abre los ojos y en su caso, también le divierte. Paco bebe agua en pajita, y ha aprendido a encenderme los cigarrillos vogue y a traerme las pantuflas. Venera mi póster de Marlene Dietrich. Grazna sólo cuando tiene algo importante que decir. Nunca sé lo que es. Pero parece estar feliz a mi lado. Nunca tendrá celos de un agaporni. Ve los documentales de National Geographic con indignación. Se emociona al ver la Catedral de Notre Dame y las películas de Hitchcock. Cuando llego tarde a casa, me espera con un vaso de leche caliente y me da masajes en los pies con el pico. Pinté las paredes de negro, rosa y oro sólo para agradarle. El vecino insiste en llamarle Cristina. Él continúa yendo a su ventana para comer más. Se siente cómodo. Los anillos y las cadenas del vecino deben valer y pesar más que mi cariño, pensé. Pero también vi ofrecerle un gran neceser. Es cierto que dentro de mi joyero ya sólo queda un reloj de bolsillo y unas pulseras de cuero que compré en Tarifa. No es un gran botín. Pero nunca le regaño cuando se come de una tacada todos los granos de maíz para palomitas cuando revisamos Moulin Rouge. Un día, Paco, desapareció durante veinticuatro horas. Intuía donde podía encontrarse. Respeto y respetaré siempre que descubriera su verdadera identidad, sintiéndose plena y en paz llamándose Cristina.

Visión de un gato

He visto a un gato meneando tranquilamente su cola por el Paseo de la Castellana. Parecía un sheriff. Miraba hacia un lado y hacia el otro, hacia la diosa Cibeles y hacia el fantasma de la Casa de América, ajeno a los ojos de los viandantes que saltaban como huevos fritos al verle. Brillaba más que los BMWs. Era más elegante que los collares de perlas que sudaban los cuellos. Las palomas se abrían a su paso como un Moisés felino. Quizás andaba buscando a alguna damisela persa de salón de té presa en una caja de oro. Parecía un rey, ese gato callejero, ausente de tejados, pisando el alquitrán, cruzado de amor y amor y de sexo y sexo. 

¿Cuántos viajes interprovinciales me quieres?
Yo te quiero un viaje a Tokio.
¿Cuántos árboles solitarios?
¿Cuántas entradas para el circo?
Yo te quiero un monólogo de doce horas.
¿Cuántos abrazos de oro me quieres?
¿Cuántos besos de fresa?
¿Cuántos monasterios sobre playas?
Yo te quiero toda la costa del Algarve.
Yo te quiero el trayecto de París a Constantinopla.
¿Cuántas ostras me quieres?
¿Cuánto champán?
¿El mantel de cuántas manos artesanas han cosido estas flores?
Yo te quiero un baño de agua caliente.
Yo te quiero un autorretrato de Durero.

Por mi pulpa

Mi familia pensaba que era un pulpo. Mis reflejos extraordinarios daban una extraña impresión. Pero no lo era. Teletrabajaba y también conseguía preparar un bizcocho que sabía a cielo. Con el rabillo del ojo, tomaba el control de mi oficina conyugal. Mis hijos, Mateo de siete años y Magda de diez, creían que era un pulpo. Sorprendía mi visión periférica. Pero era más bien una capitana de barco en ese conglomerado de apartamentos renovados, espaciosos, oceánicos de mármol. Yo deseaba estar en otra parte, en alguna playa de la costa africana, y quizás, hacer submanirismo. Las madres, trabajadoras y pulpas, también desean estar solas a veces, respirar, y tener un momento de reposo en el cuál poder regocijarse en el amor que se siente por la familia, por el trabajo y por una misma. Quería mantenerme en forma, pero sólo me daba tiempo a utilizar el peso de las bolsas de la compra para hacer músculo. El perro, Dandy, se convirtió en mi confidente cuando dábamos paseos. Mi cabello se volvió un poco más blanco, quizás vi un fantasma, quizás me vi reflejada a mí misma en el espejo. Supuse que me sentaba bien. Jugaba con los niños a la familia Adams. Un día, en pleno ataque de estrés, regando las plantas, mi marido me dijo: quería que fuéramos toda la familia a Galicia de vacaciones, pero como eres un pulpo, nos da miedo que te coman. Pedí el divorcio, tomé un vuelo a Mozambique y en una de sus playas, me convertí en una sirena independiente.

Matadero de cebras

Su abuela me dijo que fuera a recogerla al trabajo. Yo sentía por su nieta un amor en blanco y negro. Salí diez minutos antes de clases de escultura. El silencio rayante de los amplios bulevares sin árboles del matadero de cebras no preconizaban lo que ocurría dentro. Habían invertido mucho en insonorización. Me encontré con un guardia, iba vestido con un uniforme de estampado de tigre. Me reconoció y me puse un parche para sólo ver la mitad de los ríos de sangre. Las cebras, su carne, su piel, sus vísceras, mantenían varias casas de campo diseñadas por Oscar Niemeyer. Reparé mi corazón cuando vi a varios caballos, pero quebró de nuevo cuando me di cuenta que cargaban el cuero y lloraban. Reconocí sus zapatos envueltos en plástico a través de la muerte rayada colgada de garfios de marfil. Ojalá el negocio familiar hubiera sido de cerámica. Pero aquel domingo, al llegar juntos al jardín de su abuela, me sirvieron lo que ellos llamaban chorizo de la Sabana. Se celebraba una matanza de cebras. Yo los veía a todos como Cruela. Debatían ampliar el negocio con un matadero de peces payaso o quizás de camaleones. Al salir ella me confesó que su abuela había resaltado que le parecía que yo tenía una piel muy bonita
La mejor piscina en la que he nadado ha sido dentro de la barriga de mi madre. Hace muchos largos amnióticos. Yo era barquito de carne dentro de una botella de carne. Al nacer, olas, pero por el momento esa piscina uterina, para mí siempre será, la más olímpica. No necesitaba flotador. Ni siquiera cuando mi madre se sumergía en el Mediterráneo. Luego seco, busqué siempre los bordillos de su cuello, de su nuca. Pero aquel crucero de nueve meses fue excepcional. Todo pagado. Un buffet completísimo en productos seleccionados. La hamaca de placenta era de lo más cómoda. Y las vistas, primera línea al océano de mi madre. Nunca estuve deshidratado de amor. Pero cuando saltamos juntos del trampolín hacia la vida, la barra libre de agua maternal atracó en otras islas, las de sus pechos; y nunca probé mejor cocktail que el del bar de mi madre.

Nenúfares negros

El jardín es negro
El agua es negra
Las flores son negras
Los peces son negros
La charca es negra


El té es negro
El bambú es negro
El cisne es negro
Las estrellas son negras
La casa es negra

La noche es negra

Mis ojos son rojos
y los tuyos, naranjas.
⚓️Arrastro un ancla por toda la ciudad. La gente no se sorprende por el hecho de que arrastre un ancla sino por la proeza que supone tener la fuerza ante quince toneladas. Voy dejando marca allá por donde paso. Me hace recordar a Pulgarcito, pero en versión heavy. Pasé el otro día por el parque y produje un megasurco. El ayuntamiento se apresuró a crear un macrohuerto. Los policías no osan decirme nada. Los funcionarios del Museo Naval salen a las ventanas para saludarme. Cuando llego a casa después de hacer mis recados matutinos algún vecino se impresiona y algún otro bromea diciendo que mi llavero es un poco grande. Yo les respondo que es herencia familiar. Me he hecho con una carretilla con ruedas. El hecho de que atravesara la Gran Vía destruyendo la nueva composición de bancos y farolas no fue muy popular. Digamos que sí fue popular ya que mi notoriedad aumentó. Salí en todos los periódicos. Recibí miles de cartas, sobre todo de marineros y mujeres pesadas. El Gran Houdini me llamó personalmente. Los niños firmaban en el ancla garabatos. Me ofrecieron trabajo en circos y empresas de construcción. Yo me negaba, ya tenía suficiente con la condena de arrastrar un ancla. Pero cuando quise, al percibir que la atención sobre mí bajaba, argumentaron que ya habían encontrado a otra persona, que arrastraba un cañon de hierro forjado de cuatro mil kilos por toda la ciudad.⚓️

Oasis

Me arden las líneas de las manos. Mis pies se hunden cada vez más en la arena. La túnica pesa oro. Los billones de estrellas me acosan. No vislumbro el escorpión de la luna por ninguna parte. He perdido el norte. Hace mucho frío. Los recuerdos golpean mi cara. Estoy solo en medio de este desierto desierto. Supongo que tardo una hora en subir cada duna. Tengo sed. Tengo miedo. Estoy agotando el instinto. No recuerdo cómo llegué hasta aquí. Bebo el sabor salado de mis lágrimas. Me balanceo. Caigo. Continúo andando a rastras. Caigo de nuevo. Tendido boca abajo. Apoyo la barbilla sobre tu fotografía y al mirar al frente, distingo, a lo lejos, un oasis.

Cepillo

Erizo de tocador.
Pinchos que acarician
el riego de la sangre
de mi cabeza de Sansón.
Es fucsia.
Demasiado color.
La mano es de oro.
Dieciséis veces peinan
la melena que besará
el almohadón.

/Una chica japonesa tocando la guitarra en Sevilla/

El pelo negro de sus cuerdas reta al silencio de sol judío. Cuervo, el pasador y su pulsera de oro vibran. Sorbe sangría a tragos diminutos como un pajarillo bebiendo rocío; y sus dedos son largos como afluentes en sequía.
Sus ojos, lucho con ella a navajazos. Pobre, las monedas en los bolsillos pesan. Amargo, los limones tiemblan y los turistas americanos cabizbajos de atardecer se cruzan naranjas. No es de aquí, o sí, pero su embrujo como todos, viene del cielo.

💦

Nunca me he sentido tan hermoso como cuando me tiraron vestido a la piscina. Reía y nadaba. Brazada y sonrojo. Las carcajadas producían burbujas. Los vaqueros pesaban como anclas. La camiseta blanca segunda piel de pliegues marmóreos fue más que nunca mi talla. Fui una escultura chorreante, tan mojado que el sol no podía secar tanta extrañeza húmeda. Pesé cien kilos de agua. Reposé en el bordillo triste como un náufrago. Nunca estuve tan tranquilo. No quería desnudarme. Me lanzaba de cabeza a la lluvia inesperada de verano. Nadé como un delfín cansado hasta que quedé varado en mi propia sensualidad.





Candado gris

Paseaba cerca del puente del Alma, mi vista favorita hacia la Torre Eiffel. Por supuesto que pensé en Diana de Gales. Me había quedado sin cigarrillos y entré en uno de esos cafés restaurantes de lujo de aquel arrondisement y pedí cambio. Tenían máquina. El camarero me pareció demasiado simpático. Quizás mi francés estaba mejorando. Fumé mis pensamientos al borde del Sena, ¿cómo podía desperdiciar de aquella manera el paseo? El gris del suelo era el mismo en todas las ciudades del mundo, pero ¡aquel gris del cielo! Me teletransporté hasta el Puente de las Artes. Me acerqué a la parte de los candados que cuelgan los enamorados. Era aberrante todo aquel peso. Yo no tenía candado. Justo la tarde anterior había dejado uno dentro de una macetita que reposaba sobre la tumba de Jean Seberg en el cementerio de Montparnasse.
Laurent

Nada más aterrizar en el Campo de Marte me crucé con aquella estilista de moda tan excéntrica que llevaba siempre gafas de sol y mantilla. Lo tomé como un presagio. Yo sólo pensaba en Laurent, el dependiente del corner de al lado, que siempre me ayudaba con los cambios. Di vueltas alrededor de la Torre Eiffel como un tigre enjaulado hasta que me soltó para acercarme a una brasserie y beber una cerveza, belga, y continuar pensando en Laurent, que siempre me ayudada a cuadrar la caja. Me teletransporté hasta la Rue du Bac, donde vivió y murió el escritor Romain Gary. Como un gatito ante la visión de un pájaro me quedé embobado mirando la placa. No recuerdo durante cuánto tiempo. Pero se hizo de noche. Y regresé a tomar el metro por el Boulevard Raspail con la tranquilidad de un gánster.
Duermo en la bañera buscando volver.
Flores brotan en las grietas del techo.
Las lágrimas alucinadas surcan las ojeras.
Duermo en la bañera buscando volver.

Células sudorosas borrachas de gel.
Tiempo perdido al sostener un diccionario.
Tiempo perdido de partituras empapadas.
Duermo en la bañera buscando volver.

La única verdad es el ritmo del goteo.
Tiene valor ser tan absurdo y cruel.
Pero tan brillante es la impostura de mi piel.
Duermo en la bañera buscando volver.

Espuma que ahorca y no sabe a miel.
Es divertido aburrirse en el agua.
Duermo en la bañera buscando volver.

Órbita

Las caricias de la Gillette Mach3 Turbo hoy son diferentes pues el rasurado perfecto sólo lo verán los gorriones que se posen, o podrá besarlo a la tarde el rey de las cervezas, Budweiser. No está siendo lo mismo montar a camello que fumarme un Camel. Por muy azul que sea el paquete, el cielo supera el deseo de pasear con mis viejas Adidas Gazelle. Una gota de Hugo Boss detrás de cada oreja para ordenar alfabéticamente los libros. La rugosidad del papel de Gallimard excitan mis ganas de evasión, nunca tanto Ralph Lauren me había ayudado a focalizar cada uno de los puntos y seguido. Mi cuerpo cada vez menos Danone, los envases serán para algodones y semillas. Me siento bien acompañado: no tengo nada de Ikea.

La cafetera y el gato

Ardía. El gato escapó a través de la puerta entreabierta hacia las escaleras. Bajó cinco pisos a pata, hasta el portal, hasta el portón azul. La ropa tendida mostraba la intimidad a los vecinos. Hubiera sido peor exponer otra intimidad: la de sus sentimientos. Algunos calzoncillos desgastados podrían ser perdonados, no por sus amantes. Humeaba. Las plantas de interior le regaban a él. Algunas pinchaban. Se concentraba en los rincones de los abrazos dados, en las esquinas de los pellizcos en las mejillas. Sin haberse dado cuenta del periplo, el gato regresó a la cocina con un mensaje escrito atado a su cascabel: no sufras más, el café está hecho.

Diurnos

Un hombre hecho y derecho en el centro de su pequeño jardín.

Un pilluelo de cierto pelaje recoge flores silvestres.

Una gato pregunta: ¿no os permiten deambular por  los tejados?

Una mujer encaja las patas de una silla y se sienta.

Un perro marca sus huellas en el paseo de la fama de su barrio.

Una niña descubre lo que es el eco.

Un pájaro aplaude a su público con su canto.





La vecina fantasma

Vi asomada a la chica de enfrente, tan inmóvil y blanca que parecía una escultura de mármol envuelta en una pijama de ositos pero, ¿un fantasma elegiría ese estampado? Mantenía el móvil posado sobre la oreja pero no articulaba palabra. Puede que saliese a la ventana para broncearse: los rayos de sol sobre su tez me rebotaron en los ojos y me cegaron.
Retomé aturdido mis quehaceres domésticos. Las chiribitas no me dejaban emparejar los calcetines. Cuando los fuegos artificiales cesaron, volví mi mirada hacia la ventana. No daba crédito: allí estaba el pijama de ositos erguido y vacío, y el móvil suspendido en el aire. Al sorprenderme, una de las mangas me saludó amablemente y la otra dejó el móvil sobre un macetero. Se dispuso entonces el textil a tender a la vecina, o a lo que parecía ser una especie de sábana santa de la vecina. La tendió al aire, con una pinza en cada hombro, en uno de los cordeles del tendedero común que daba al patio. Sólo pude decirle: me gusta mucho esa vecina, te queda muy bien, ¿dónde la has comprado?
¿Cuántas multas por andar por la calle en cuarentena me quieres?
¿Cuántas señales de humo?
¿Cuántas palomas mensajeras?
¿Cuántos paseos al perro?
¿Cuántas caricias a los gatos?
¿Cuántos guantes?
¿Cuántas mascarillas?
Yo te quiero un traje de aislamiento completo.
¿Cuántos collages me quieres?
¿Cuántas páginas finales de libros?
¿Cuántas conversaciones con los vecinos ventana a ventana?
¿Cuántos trinos de pájaros?
Yo te quiero una canción de Neil Young en bucle.

Público y telón.

- La torre era altísima, veía a la gente como puntos ...
- Calla de una vez, va acabar la obra.
- Los de atrás también murmuran. Díselo a ellos.
- Siempre tienes que tener la última palabra.
- ¿Puedes dejar de hablar tú ahora?
(Finaliza la obra. Aplausos atronadores).
- No te soporto.
- ¿Cómo? Yo también te quiero.
(Aplausos aún más atronadores)
- No tienes respeto por Chéjov.
(Más aplausos atronadores. Silbidos)
- ¿Cómo? No entiendo qué hacemos aquí teniendo Netflix.
(Los actores se retiran. Cesan los aplausos. Repentino silencio sepulcral)
- ¡¡¡Que quiero el divorcio!!!
(Repentino silencio desconcertante).

(APLAUSOS ATRONADORES).

Ficción-No Ficción 🔴

- Todo ha sido consecuencia por tus malditos relatos sobre vampiros.
Su respiración abultada, ronca pero agradable por cuanto podía ser peor. La tez de la cara pálida.
- ¿Dónde está?
Abrí el armario y allí se encontraba. El bochorno era eterno.
- Con él por los siglos de los siglos cobra sentido. Estaba harta de que me leyeras cada cambio en los finales. Yo no pedí esto tampoco, pero ahora quiero el divorcio.
- Los vampiros no existen. ¿Cómo puedo recuperar lo nuestro?
- Escribe sobre un escritor no frustrado.
No tengo público, mi público soy yo
los tomates los como, aplaudo a los gatos
escribo para mi estómago, siempre se sienta en primera fila.

No tengo público, mi apuntador soy yo
los dedos orquestan, ensayo interior
escribo para mi voz, lo siento, sólo hay una entrada y la compró mi espejo.

Soy mi acomodador, ilumino mis impulsos,
mediocres o no da igual porque no tengo público,
el único público soy yo.

No tengo público, si lo tengo es mudo
crítico reflejado en mis anteojos, me ahorro los abucheos
me aprecio desparramado en platea alta.
 
[Lo que escribo es mi hoja de reclamación]

🔷🔷✈️


OJOS AZULES (planetas tierra)


tan redondos que se aprecia la curvatura convexa
desde la cabina del piloto de los míos, sin frenos

alas, venas,
guiño, timón

cielo de pérgolas de párpado y sombrillas de pestañas

palmera, tumbona
pai-pai, motor

sería necesario una visita guiada para el misterio
de las nubes de sus cejas, playa

helados de sol, tanque
lágrimas, turborreactor

fotogramas de película muda cuando bizquea

islas para hacer reír y aterrizar la tristeza que deshace el blanco de esos icebergs

ojos azules como granizo dañan y marcan un camino que apedrea mi concentración

turbulencias
¿Cuántas velas prendidas me quieres?
¿Cuántas arias de Maria Callas?
¿Cuántos rotos en las medias de rejilla?
¿Cuántos bastones de marfil?
Yo te quiero cuarenta y ocho horas ininterrumpidas de boleros.
¿Cuántos kilos de pólvora me quieres?
¿Cuántos animales liberados del zoo?
¿Cuántos cuervos blancos?
¿Qué tirada de una primera edición?
¿Cuántas lágrimas de la lámpara?
¿Cuántas mentiras piadosas me quieres?
¿Cuántos días de vacaciones?

Yo te quiero toda la filmografía de Pasolini.
Yo te quiero todos los poemas de Wallace Stevens.
Yo te quiero toda la discografía de Chet Baker.

CANAS


[Frankenstein tras una leve nevada]
[Frankenstein con arroz lanzado de boda]
[Frankenstein de papel de plata al horno]
[Frankenstein bajo cables cruzados argentos]
[Frankenstein cabello de materia gris]
[Frankenstein asustado tras las noticias]
[Frankenstein asustado tras la cuenta]
[Frankenstein arrugas blanquecinas]
[Frankenstein cien sobre cada sien]

[Frankenstein medicado de chapa]
[Frankenstein nublado de cansancio]
[Frankenstein disfrazado de perla]
[Frankenstein decolorado de plomo]
[Frankenstein pelo de tiza y pizarra]
[Frankenstein de tornillos fundidos]
[Frankenstein tornasolado de pez]

[Frankenstein rinoceronte]
[Frankenstein hipopótamo]
[Frankenstein paloma]
[Frankenstein rata]

[Frankenstein blanco de la policía]

MUSEO INTERIOR

Mientras le esperaba quieto como una escultura de Giacometti, reparé al mirar a un cielo sin nubes anti William Turner que me encontraba debajo de un almendro florecido como en el lienzo de Vincent Van Gogh. Aproveché la quietud interior para intentar poner mi mente en blanco y paliar los nervios que me producían los ladridos de "Los perros de Barcelona" de Paula Rego: cerré los ojos y visualicé fuertemente el cuadro de Kazimir Malevich "Blanco sobre blanco". Pero el esfuerzo duró poco: sin querer se mostró enseguida "Black square" del mismo autor. El tiempo se derretía. Como si yo fuera un pastorcillo de Murillo, una turista con cuello de Sandro Botticelli me preguntó por una posible cafetería abierta a esa hora de la mañana. Le señalé con mi mano al estilo pantocrátor una dirección, y la imaginé allí ya sentada a lo Hopper. Esperaba para pasar el día sumergido en la piscina. Una tarde que pintaba bien, que pintaría Hockney. Serían todo lo contrario a "Los borrachos" de Velázquez. Necesitaba una siesta a lo John Singer Sargent. La tardanza era puntillismo de Seurat que dibujaba un estómago. Por fin un coche de Vostell se acercó a mí: no había cuadro para explicar su llegada.

Verde piscina

Hojas de parra arañan los azulejos
Mi té caliente sobre las manos
Sólo puedo nadar con mi imaginación
Largos de palabras comunes
Observo hojas marrones
De árboles desconocidos

Se han posado sobre el agua
Roídas de tiempo las flores
En la cerámica
Azul de neón de pérgola
Trampolín oxidado de adrenalina
Hasta han crecido algunas malas hierbas
En cada una de las cuatro esquinas
Son bellas y buenas por la conquista
Esperanza verde de verano

💧

Deseo de verde piscina de azul congelación de tobillos de río de amarillo picor de arena de playa conforme por ahora con el agua de las lágrimas al retar al sol el vaho de la ducha todavía caliente el café cada vez más frío el vino templado en el picnic el murmullo árabe de la fuente el sudor de las esculturas las gotas de perfume detrás de las orejas. 💧
¿Cuántas coladas de ropa blanca tendidas al sol me quieres?
¿Cuántos largos buceando en la piscina olímpica?
En el fondo pensando en tu forma
Yo te quiero todas estas piedras en el río
Pienso en ti y no hago pie
¿Cuántas margaritas? ¿cuántos padrenuestros?
¿Cuántas hojas? ¿Cuántas conchas en la orilla me quieres?
¿Cuántos espejos? ¿Cuántas vueltas en la cama?
¿Cuántos racimos de uvas? ¿Cuántas máscaras?
¿Cuántas naranjas? ¿Cuántas habitaciones de hotel?
¿Cuántos destellos de neón? ¿Cuántos taxis?
¿Cuántas azoteas?
¿Cuántas malas hierbas arrancadas del jardín? ¿Cuántos
guisantes? ¿Cuántas botellas de agua fría? ¿Cuántas
canas me quieres?
En el fondo pensando en tu forma
¿Cuántos loopings en la montaña rusa? ¿Cuántas pipas
en el banco? ¿Cuántos marcapáginas?
Yo te quiero todas estas arrugas en el jersey.
¿Cuánto confeti me quieres?
¿Cuántas alarmas pospuestas me quieres?
¿Cuántos libros de Miguel Delibes?
¿Cuántos de Burroughs?
¿Cuántas onzas de chocolate?
¿Cuántas vueltas en la noria?
¿Cuántos paseos por el puerto?
¿Me quieres cuántas puestas de sol?
¿Cuántas siestas bajo el árbol?
¿Cuánto rojo me quieres, cuánto violeta?
Yo te quiero azul.
¿Cuánta penumbra me quieres?
¿Cuántos albaricoques?
¿Cuántas cucharadas de azúcar en el café me quieres?
¿Cuánta plata, cuánto mármol, cuánto cuarzo?
¿Cuántas migas de pan en el camino?
¿Cuántas ovejas?
¿Cuántas gotas de sudor en la cama me quieres?
Se dio la búsqueda y captura de un cabrón de alrededor de 35 años que desapareció, se volatilizó, durante el desarrollo de la pieza de ballet ruso La siesta del fauno.
Su pareja en ese momento, declaró a la policía y al dueño del teatro, que mientras se producía el último movimiento, en el que el fauno reposa bestial y eróticamente ante las ninfas, giró su cabeza hacia su pareja para comentar tal sublime rareza percatándose de que no se encontraba en su asiento.
Declaró, también, muy elegante y desesperada, que estos asientos correspondían exactamente al centro del patio de butacas y que en ningún momento notó cualquier movimiento de su marido a pesar de estar absorta con las mallas del fauno protagonista. Y que nunca le había puesto los cuernos.
Uno de los acomodadores, un varón de 50 años, declaró que durante la obra y situándose en la puerta de acceso a la platea lo único extraño que percibió fue un fuerte olor a ovejas.
Se interrogó al reparto íntegro de ninfas. Declararon que también habían saboreado ese olor a rebaño, pero sobre el propio escenario.
Ya en camerino, desmaquillándose, el fauno protagonista, el reconocido coreógrafo Vladimir Krasew, declaró que sospechó de uno de los extras (incluído en la troupe de faunos secundarios) que le ofrecían vino y uvas en un momento de la representación, y que no lo reconoció como miembro de la compañía.
¿Cabría la posibilidad de que ese "extra extraño" fuera él?
Sus padres, varón y mujer de 70 y 71 años respectivamente, llegaron al teatro cuando caía el sol sobre la ciudad y sobre la escenografía de bosque. Declararon que a su hijo ni siquiera le gustaba el ballet, y que tenían entendido que accedió a ir con su mujer a cambio de que al día siguiente, domingo, fueran al partido Atlético de Madrid - Vigo. Prosiguieron en su declaración: - Álvaro era peludo y un poco cabrito, pero nunca quiso ser actor. Su pasión era la informática.
Álvaro apareció finalmente, al día siguiente, unas horas antes del partido. Se presentó de repente en el salón de su casa, al olor del pan recién hecho en la cocina y su mujer dándose un baño.
No hubo tiempo para explicaciones y rápidamente se encontraron en la grada del Wanda Metropolitano.
Su mujer, atónita, observó cómo su marido animaba a su equipo soplando una flauta travesera.

Al hijo que no tengo

Se llama Félix y tiene seis años. Cuando retoza con sus juguetes: coches, camiones, grúas, ambulancias, me mira de reojo rogando intimidad y no ternura. Quiere merendar choques, accidentes y vueltas de campana. Quiere autopistas voladoras, anuncios de neón, moteles donde sólo sirven helado en el bufé. Sobre su cojín y manta, la violencia es Mullida. Los osos amorosos no caben en los maleteros. Quiere mandar a todas las máquinas al desguace de su cama. Quiere construir vehículos nuevos.Pega bocinas a las bicicletas, pinta de colores las apisonadoras y los tractores. A los maserati los coloca al borde de la ventana para que contemplen el sol. Se llama Félix y mañana cumple siete años.Cuando retoza con sus juguetes me mira de reojo queriendo conducir 
y no sólo jugar con zapatos.

"San Juan de la Cruz rocks"

Al despertar, con una cinta de confeti pegada en la cara, en lo primero que pensé fue en San Juan de la Cruz. No pensé en nadie más. Ni siquiera pensaba en mí. Reventé un globo con el pie descalzo al salir de la cama. Me asomé por la ventanita con aire vago, para mirar al cielo e intentar dilucidar que tiempo haría ese día. En mi cabeza era todavía de noche. Supuse que haría sol, era Sevilla, pero justo en ese momento comenzó a chispear y luego, a llover con más fuerza. Aproveché para mojar mi pelo y mi cara, e intentar salir de aquel estado de aletargamiento renacentista. Un gorro de papel en forma de cono cayó al patio. Salí a la calle sin paraguas. La zona donde me encontré era peatonal, pero a mí me parecía estar saltando entre tejados. Me dirigí a la Iglesia del Santo Ángel, en calle Rioja. Llegué allí como por intuición, sin necesidad de mapas, consultando sólo las líneas de mi mano. Estornudé sin querer sobre unas estampas. Creo que intenté beber el agua bendita con una pajita. Las velas rojas hacían un efecto de bola de discoteca. Goteando, me planté ante la imagen de San Juan de la Cruz. Me puse de rodillas, agotado, y a la cabeza se me vino la subida al Monte Carmelo. ¿Podría yo llegar a la unión perfecta con Dios comunicándome a través de un matasuegras?

Orejas

Sentía las orejas rojas apoyadas en las orejas del sillón de orejas después de haber estado tumbado en la hamaca al sol. Los lóbulos me ardían. Tendría que posponer el hacerme el agujero para el pendiente, quizás en forma de cruz. Así al menos podría pensar si finalmente me lo haría en la izquierda o en la derecha.
Lo peor era que era mi cumpleaños. Y siempre habría alguna vecina, tía o sobrino que se ensañaba. Todo fue culpa de ese maldito suplemento sobre piscinas. Lo doblé, lo planté sobre mi cara para taparla cara al sol. Pero las orejas quedaron al aire. Dormí como un lirón. Todo el mundo comenzó a llamar por teléfono. Mandaban mensajes. Yo conectaba el manos libres y frente al espejo del baño hacía muecas de incomodidad mientras les susurraba: Gracias... Bien... No hace falta... 36... quizás... La salud es lo más importante... Pero el dinero ayuda... Recordé como una mañana desperté con un pequeño círculo violáceo en la frente, exactamente entre los dos ojos, y no había sido tanta mi extrañeza. Mi hermano estaba preparando una fiesta sorpresa. Se encontraba haciendo las compras. El calor martilleaba mi martillo. Comenzaban a ganar volumen los cartílagos. Siempre habían sido como de Buda pero ahora eran de elefante. Preparé un cóctel, muy refrescante. Me coloqué las cubiteras en cada una de ellas y fijé mi mirada en una reproducción de La Noche estrellada de Van Gogh. Goteaba. Mandé un mensaje a mi hermano: Querido Teo, no me encuentro bien. Mis orejas no están calmadas ni suficientemente hidratadas, dan ganas de cortármelas. Metí la cabeza en la pecera y los peces payaso sigilosamente se acercaban a mis orejas como si fueran conocidos. Mientras contenía la respiración recordé que mi amigo G. iba a regalarme unos auriculares de última generación. ¡Sólo quería dormir! Y que alguien con las manos frías y el corazón caliente me cubriera las sienes. Al abrirse la puerta, mis orejas estaban tan rojas como las rosas del ramo. Las abejas querrían polinizarme. La casa se llenó de amigos, familiares y compañeros de trabajo. No sé que grado de quemaduras tendría, de cadena perpetua. Al grito unísono de feliz cumpleaños, tuve que tapármelas (también porque cantaban regular) y fue un alivio. Continuaron los cánticos y demás consignas sobre lo excelente que era, que siempre lo sería, que reinase la paz en mi día... El confeti multicolor se había adherido a mis orejas, cubriéndolas por completo. Agarré a mi hermano Teo por el brazo, lo arrastré hasta la cocina y le dije: pasado tendré las orejas más bronceadas de toda la oficina, pero ahora llévame a urgencias.

¿Cuántos botones desabrochados del pijama me quieres?
¿Cuántos guisantes fuera de las vainas?
¿Cuántas burbujas explotadas del plástico?
¿Cuántas ristras de ajos?
¿Cuántos sorbos de sopa?
¿Cuántas entradas en el ladrón?
¿Cuántas ventanas abiertas en la pantalla me quieres?
Yo te quiero todas las gotas de esta nube gris.
Yo te quiero todos los granos de arena de este castillo.
¿Cuántos imanes en el frigorífico me quieres?.
¿Cuántos fotos delante de las Torres KIO?
¿Cuántas reproducciones de cuadros de Van Gogh?
¿Cuántas cañas me quieres?
Yo te quiero una iglesia, una selva, un iceberg.
¿Cuántas duchas de agua fría me quieres?

Un secreto LITERARIO

Un secreto puede contener una buena historia desaprovechada para el público. Un secreto se convierte automáticamente en una historia interesante para contar sólo por el hecho de que nunca saldrá a la luz. El relato del secreto lo conoce quien lo ha vivido, quien lo retiene muy a su pesar, en la privacidad de la noche. Una mordaza a un buen cuento basado en hechos reales entregado al editor de la discreción y la sensatez. Existen cientos de ocultas narraciones geniales, encantadoramente rocambolescas, que superan a las que podemos leer abiertamente. El secreto que tiene uno, el desarrollo de unos acontecimientos que fascina al que lo posee, se convierte en una joya encerrada en un envoltorio que no se abrirá nunca. Muchos tendrán la necesidad de querer exhibirla, tanto en la recepción del palacio de un tomo de cien páginas como en la plaza pública de un recital. Uno no quiere humillar al redactarlo o al recitarlo, al contrario, el relato secreto será bueno en cuanto a historia original y circunspecta. Puede fijarse por escrito por ejemplo en un diario. Así no se temerá olvidarlo. Se puede guardar bajo tierra a espera de ser encontrado. Firmar como anónimo o con pseudónimo. El paso del tiempo puede modificar para mejor o peor el cómo ocurrió lo que acabó convirtiéndose en un secreto, ésto afecta sobre todo a los detalles más pequeños del incidente y que en la mayor parte de los casos son determinantes. La calidad del secreto literario exige veracidad. La realidad supera a la ficción dicen. Pero ¿de qué sirve un secreto que es una ficción? La realidad del secreto, el encorsetamiento de la boca tapada y las manos atadas son hechos destinados al silencio y al disfrute del que lo carga como un irrestible destino cumplido. Uno es el autor de su propio secreto. Además siempre será el personaje principal puesto que es el único que puede describir una crónica fiel. Cuando uno muera ya no le importará que se descubra por fin una anécdota que no se pudo confesar estando vivo.

I.

Madame Neuville dejó caer el anillo de oro dentro de la copa de champán. Después de brindar no contuvo la efusividad y al sorber pasionalmente sus deseos comenzó a no poder respirar. El anillo, proveniente de su tatatatattaatatatarabuela, se deslizó tambaleante por su fina garganta y llegó al estómago. Madame Neuville dejó de exhibir muestras de ahogo y continuó bebiendo hasta acabar la botella. El gato negro de Monsieur Labadite, atado con correa de cuero de Fez, consiguió desprenderse de ella y saltó como una liebre hasta el sofá. Allí se acurrucó sobre el cojín de clavos perteneciente al fakir que se había contratado para amenizar la reunión. Cualquer cosa, pensó, era más cómoda que estar privado de su libertad de movimiento. El fakir en cuestión no era persa, ni indio, ni fakir. Baba Baba Malik necesitaba algo de dinero. Su sueño era comprar un Saab 92, lo más mullido posible o un Ford T, para poder pasear a su novia entre algodones. El menú continuaba sirviéndose en el salón pero se esperaba con expectación a que Baba degustase su primer plato: una antorcha.

II.

El menú continuaba sirviéndose en el salón pero se esperaba con expectación a que Baba degustase su primer plato: una antorcha. Pero a él le apetecía comer ostras. En una esquina del salón se superponían cuatro o cinco damiselas que lo fusilaban con la miraba por encima de sus abanicos. Asistían al encuentro llevadas por el morbo de ver a un hombre tragarse una antorcha sin aliñar. Baba tenía la bola de fuego a diez centímetros de su barba (falsa). Se puso de perfil frente al público, simuló que introducía la antorcha poco a poco en su boca. Por el calor, el pegamento que la sujetaba a la piel de su cara se deshizo y el amasijo de pelo cayó al suelo descubriendo una tez pálida, un mal rasurado en la perilla. Las damiselas se avalanzaron sobre ella como si fuera una ramo de novia. La mentira que escondía tras su personaje fue suficiente para que se apiadaran de él. Madame Neuville ordenó que se le sirviesen doce ostras completamente cerradas. La audiencia disfrutaba con el hecho de que no pudiera abrirlas. Reían y aplaudían. El fakir habría preferido la humillación de haberse abrasado.

III.

Monsieur Ājar estuvo haciendo un terrible esfuerzo para no levantar el dedo meñique al sostener la taza de té, pero no lo consiguió. La casualidad salvó la falta de protocolo cuando un colibrí se posó sobre el dedo batiendo sus alas. Madame Neuville, asombrada, pensó que quería sorprenderla con el poder que ejercía sobre las aves. Monsieur Ājar no se había dado cuenta de que estaba envuelto levemente por una pátina de migas de pan, sólo visible para pájaros hambrientos. Había tenido un encuentro con la panadera hacía una hora. El loro de Madame Neuville, Pierrot, vociferaba la lista de los veinte franceses y francesas guillotinados más elegantes. Una gaviota, chocó contra la ventana, y debido al susto, las tazas vibraron y se vertieron sobre sus atuendos brocados. Hacía frío en el salón y no les importó lo más mínimo. Ājar, morado por la vergüenza y por lo rocambolesco del asunto, salió del paso interesado en leer el futuro de Madame Neuville a través de las manchas de té sobre su corsé. Simulando estar en trance, con los ojos en forma de macarons, el destino le estaba diciendo que él mismo heredaría su fortuna, puesto que las gotas en forma de cerezas así lo corroboraban. La condesa, frunciendo el ceño, le advirtió: liberaría a Pierrot de su jaula y según se comportase con él, quizás, tomaría en cuenta esa posibilidad. Al abrir la puerta de la jaula, el loro, el oráculo de plumas amarillas, rojas y azules, se abalanzó sobre Monsieur Ājar y lo colmó a besos y picotazos suaves por todo el cuerpo

IV.

Monsieur Ājar terminaba el ciclo de un periplo de ida y vuelta hacia no sé dónde y aprovechó para traer sedas a Madame Neuville. Cuando antes del five o´clock, el vahído dieciochesco comunal en los invitados se produjo sobre los sofás, sobre las butacas y sobre las alfombras, con el objetivo de vender en las mentes de los asistentes de forma subliminal, Monsieur Ājar comenzó a mostrar a una audiencia somnolienta estampados de dragones, lotos, nenúfares, ciervos y bosques. La lámpara de araña pareció crujir. Las leves caricias entre los rollos hicieron que todos se derrumbaran en un profundo sueño. Monsieur continuaba recitando las lindezas de las partes pintadas a mano, muy suavemente para no despertarles. La lámpara de lágrimas vibraba cada vez más. Se inició una llovizna de gusanos de seda sobre el salón. Caían sobre las bandejas, divanes y jarrones de porcelana, y sobre la cara de los asistentes. Ājar no callaba. No quería echar a perder una buena tarde de negocio. Cada vez más gusanos caían desde la lámpara e hilaban e hilaban. Los perros pequiñeses de Neuville jugaban al escondite entre los rollos. Los suspiros de Mademoiselle Dalmatie hacían volar los gusanos más cercanos a su boca, alejándolos; otros saltaban al ritmo de los ronquidos de Monsieur Doré sobre su gran barriga embutida en un chaleco canela. Lo que era ya un ejército de gusanos terminó de inscribir sobre el tapiz principal de la sala un mensaje corto y conciso que hizo parpadear como mariposas los ojos de Ājar: "Eres un capullo".

V.

Madame Neuville poseía dentro de uno de sus jardines, uno laberíntico, con muros verdes de metros de altura, e invitó a los invitados a invitarse a adentrase en él. Mademoiselle Dalmatie se adelantó la primera, sola, como poseída por una atracción hacia el centro del laberinto, el resto, repartidos en grupos de dos y tres, charlaban animosamente como si estuvieran profundizando en un terreno ya conocido. Deslizándose por los pasillos que olían unos a gardenias, otros a rosas y otros a lavanda, Mademoiselle Dalmatie, reía, liberada del encorsetamiento de la reunión. Comenzó a desnudarse poco a poco: lanzó el sombrero a una de las fuentes, y ante su asombro y sin ayuda de doncella, en la espalda del corpiño saltaron los botones al aire. Olía a toro: tal apasionamiento debía ser resultado del recuerdo que dejó en ella Monsieur Ājar . Desnuda completamente, bailaba de puntillas al ritmo de un clavecín que no veía, y que aumentaban las ganas de conocer a aquello que fuera que lo tocaba. Guiada por la música y por mugidos, Mademoiselle Dalmatie, percibía como anochecía rápidamente a medida que avanzaba perdida. La luna se posó sobre ella iluminando su rostro, el centro exacto del laberinto y a lo que apareció en escena: Pierrot, el loro mejicano de Madame Neuville.

Autosabotaje/

Cuando casi he terminado de sudar
cerca de alcanzar la meta de oro
con la punta de los dedos, muero
momentáneamente para quedarme
quieto y sabotear el éxito de plata
que los demás saben a qué sabe
y yo no porque quiero siempre
descifrar qué brilla en el intento
de permanecer inmóvil de bronce.

ANIMAL PRINT

Monsieur Matosse amaba en secreto a Madame Neuville. La seguridad en su inseguridad hizo que hasta aquel día no se pronunciase a expresar sus sentimientos trazando un plan. Se convertiría en la nueva fiera que cada año Madame adquiría para enriquecer la excentricidad de su zoo. Matosse convenció a su amigo Ben Wollstonecraft para que, haciéndose pasar por veterinario, visitase a Madame Neuville con la excusa de revisar el estado de los animales y ofrecerle cuidar y mimar a la última sensación en seres cuadrúpedos: Monsieur Matosse disfrazado. Pagó un dineral en saco para que las mejores costureras de Beauville le confeccionaran un traje de jaguar. Pagó una suma para que el mejor y más transgresor mimo de París le ayudara a reproducir unos básicos movimientos felinos. Llegó el día, y Ben irrumpió en la puerta de la casa de Neuville con un carro en el que dentro de una jaula se hacía el dormido lo que parecía ser un jaguar. Madame acababa de sufrir un vahído por ninguna causa en particular, y todavía aturdida, estuvo de acuerdo sin rechistar y suplicó a Ben que transportase a aquella especie exótica hasta el hall. Monsieur Matosse ardía en su interior. No se le había exiliado al pequeño zoo, en su cabeza todo indicaba que esa misma noche dormiría junto a ella. Así fue: se ordenó a Ben que instalara la jaula en el dormitorio de la señora, que obviaba el miedo y priorizaba los asuntos más recientes. Al caer la noche, y habiéndose marchado Ben silbando hacia la taberna, Madame cayó rendida sobre la cama de verde absenta tras su clase de pintura de atardeceres. El frío era hiriente y sus pechos tiritaban durmiendo. Monsieur Matosse abrió la puerta de la jaula con toda la calma que le permitía su pasión desenfrenada y que le mantenía caliente; se tumbó sobre el diván del cuarto simulando ser una manta de lana. Le fue fácil improvisar ese personaje. A los gritos de Neuville en los que entre sueños reclamaba a un jaguar con insistencia, Matosse reacionó nervioso y rojo de rabia, condenándose durante toda la madrugada a susurrar: ¡Desea una manta!

Tercera persona

Monsieur Matosse no era en realidad Monsieur Matosse. Su verdadero nombre era Juan Dando. Lo que si era cierto era que estaba enamorado secretamente del Conde Brel. Se conocieron durante la escritura de un microrrelato. Juan Dando escribía sobre el Conde. Fue un amor a primera tinta. Juan Dando, al redactar lo que era un sencillo five o´clock en el barroco salón de Madame Neuville, visualizó al Conde Brel sentado tímidamente en el único sillón fernandino de la sala. Resplandecía. Juan Dando, disfrazado en palabras de Monsieur Matosse, portaba un falso bigote imperial, exacto al del Conde. Sus miradas tras los monóculos se cruzaron. Se reconocieron y sonrieron, uno se puso rojo, el otro púrpura. Al día siguiente, tras el flechazo, Juan Dando quiso coincidir con Brel alrededor de la medianoche en el Cabaret Brubeck. Debido al humo acumulado de discusiones, el Conde insistió en salir del papel para tomar aire. Juan Dando se centró entonces en el espectáculo: lo que parecía ser un hombre vestido de mujer, y una mujer vestida de hombre, desnudos, recitando exageradamente poemas de Safo y Calímaco de forma superpuesta. Embelesao y tardando tanto el Conde en volver a la mesa, decidió que entrase directamente en escena, subiese al escenario junto a los dos actores y se desnudase como ellos, añadiendo al ruido la lectura de versos de Catulo. Se les lanzaron plumas, puros, sedas, frutas exóticas, figuritas de cerámica. Juan Dando soltó algunas bolas de notas en las que escribía sobre él. Un escenario hecho añicos de objetos era la estampa, y los tres personajes desnudos en el centro el caos encantador. Sin embargo, el Conde Brel recogió con parsimonia esas notas, y como si se trataran de flores se las puso en el pelo, retando al narrador públicamente a que tachase de la hoja el episodio que se acababa de producir.

Television

Sin ser consciente yo de que mis límites estaban enmarcados en el cuadro del ventanal, alguien me observaba moviéndome de una punta a otra de mi cuarto. Nunca supe durante cuánto tiempo. Al dejar sobre la cómoda libros, apareció en mi vista de catalejo la figura de una chica con el cabello negro azabache. Sus reflejos eran azules y sus ojos también, de una gama tranquila y amable. Comía palomitas de un bol. La saludé mimo con la mano y aunque sonrió su cara expresaba un asombro chocante ante tanta naturalidad. Le indiqué que abriese su ventanal mientras abría el mío con el objetivo de romper aquella quinta pared de vidrio. Lo hicimos casi al unísono y cuando la misma brisa que separaba nos despertaba, me dijo graciosa: eres mi teleserie favorita.

Cumpleaños 🌳

Hay un círculo concéntrico más en mi tronco
El goteo de mensajes me hacen crecer
El agua del amor
Aún así los gorriones pican en la cabeza
Buscan migas de pan de paz
La sabiduría del ángel
Hoy la raíz avanza hacia, la copa de madera
Rebosa de almendras por romper
Y las hojas de canas
Y la valentía de las ramas
Que abrazan
un año más en el bosque

🤡

Madame Neuville necesitaba urgentemente un bufón. Su primo no estaba disponible. Le valía cualquiera sin experiencia mientras fuese muy desgraciado y muy divertido, o también alguien molesto e histriónico pero que fuera mínimamente guapo. Siempre le surgía algún regalo que desenvolver durante el día y no tenía tiempo para preguntar a nadie. Las arrugas apremiaban para entretenerse en todo momento y mientras tanto en el salón se acumulaban dulces, flores, joyas, animales exóticos, nuevos tapices, nuevos jardineros. Pensó en sustituir la idea de encontrar un bufón con la de que un marido le encontrase a ella. Madame Neuville era feliz en su abundancia pero en aquellas horas de la noche en las que se sentía desvalida, en camisón de oro y borracha de afeites... ¿podría ser su propia bufona? 🤡
Camille despertó tras el desfallecimiento. Podría haber estado mil años desmayada pero fueron sólo algunos segundos. En el otro ala de palacio Thérèse despertó al unísono de su propio vahído. Ambas a la pregunta de qué querían beber respondieron: "brandy".
Los mayordomos no daban abasto.
Las peluqueras y maquilladoras tampoco.
Dirigieron a las dos a la sala central de reposo. Un chill-out dieciochesco.
Las tumbaron a cada lado de un biombo.
Repararon por la coincidencia de sombras a través, que estaban siendo atendidas por la misma causa.
Las dos susurraron: " yo soy la protagonista".
Esa velada habían lucido el mismo corsé y habían puesto sus prismáticos sobre el mismo conde.
Sus melenas se rizaban de rabia.
Madame Neuville orquestaba de mal humor la escena de congojas. Ella era la verdadera protagonista y dueña del palacio. El conde era como su hermano pequeño. No iba a permitir que esa moda de llamar la atención enrareciese la fiesta.
Thérèse y Camille hicieron caer el biombo para enfrentarse y al verse como frente a un espejo, lúcidamente se acercaron la una a la otra y

Padre

El frío calaba como matrioskas la ropa, la piel, los huesos y el espíritu.
Los pasos se hundían como en azúcar helado hasta los talones de Aquiles.
La luz solar marcaba el límite como reloj de arena amarillento.
Tenía que llegar a tiempo.
Sangraba por la nariz del esfuerzo.
Sudaba de la tensión como si atravesase un desierto. Se formaban estalagmitas y estalactitas en mi ropa interior.
Las montañas al fondo marcaban una meta que me alegraba no tener que alcanzar.
Llegué a cuatro patas, arrastrándome como una serpiente, a la fiesta de cumpleaños de mi hijo.

Periódico caducado.

Mientras leía el periódico de hace veinte días, me asaltaron los males al corazón y algunos recuerdos felices. Tal contradicción me sumió en un estado de nostalgia con el pasado, que el leer un periódico de hace veinte días tuvo sentido.

París (Farmacia) 🌋🗼💄

Mis labios ardían como Juana de Arco, resultado de la esperanza y el paseo a contracorriente. Parecían coloreados a pincel, tan carmesí la boca, que simulaba la de un vampiro borracho de sangre. Comer tanto viento helado, el asombro del cielo sobre La Place des Vosges, sólo me permitiría dar besos malditos.
Atolondrado por el ofrecimiento de un tefilín a buen precio, me dejé hipnotizar por la cruz verde que señalaba una farmacia en la Rue Saint-Antoine. Entré por la puerta como una serpiente buscando enroscarse a una copa. La farmacéutica me miró fijamente desde lejos como si viese acercarse a un as de corazones. Le dije: las palabras que salen de mi boca abrasan, los suspiros flambean y los estornudos incendian. Me respondió: no hay tiempo para líricas, Avène Cold Cream Stick Labial, 6,50.
¿Cuántos insultos de una vieja loca me quieres?
¿Cuántas miradas reprobatorias de un viejo lunático?
Todo lo desagradable lo devuelvo
¿Cuántos coitos interruptus?
¿Cuántos hielos deshaciéndose?
¿Cuántas resacas me quieres?
¿Cuántos cafés con sal?
¿Cuántos intentos de atropello?
¿Cuántos jerseys puestos al revés?
¿Cuánta ropa interior pequeña me quieres?
Todo lo incómodo lo devuelvo
¿Cuántos perritos sin amo?
¿Cuántos relojes sin agujas?
¿Cuántos martinis sin aceituna?
Yo te quiero un infierno, un juguete sin pilas
Yo te quiero una nana cantada por Enrique Iglesias.