Kentucky Fried Black Chicken

Se dirigió decididamente a aquel restaurante de comida rápida a recoger lo que él creía que sería una compra perfecta. Necesitaba una gallina, pero también quería aprovechar el ritual que iba a aplicarme para luego tener cena. Creo firmemente que se equivocaba con tanta grasa. Herir mi delgadez sería más fácil atacando un hueso de pata de jamón. 

En ningún momento sentí el agobio del rebozado. Como intuí desde el primer momento sus pretensiones, estuve todo el día mordiendo zanahorias, sumergiéndome en ensaladas y mascando tofu. 

Él, embadurnado de patatas fritas pensaba en generarme dolor, pero ese ritual dos por uno le falló. 

No imaginaba el motivo de tal acto de pérdida de tiempo y de cupones descuento. 

Si merecía ese suplicio, esa vergüenza ajena, sería por algo, y pido perdón, pero a esa ave de corral, no al gourmet de pacotilla. 

Cuanto más engordaba él, yo más deprisa corría, cuantas más manchas en su camiseta de Motörhead, más suave la brisa en mi cara. 

Un huesito quedó estancado en su garganta, y yo mientras daba de comer migas de pan a los gorriones.