Peluquería V (Kirk Douglas)

Mi corazón componía un ritmo de taquicardia bastante pegadizo. Sudaba. No iban a cortarme los dientes ni las piernas pero el camino hacia la peluquería se hacía como de paseo de reo. Serían sólo las puntas. El pelo vuelve a crecer. A algunos. El objetivo era animar a los poros capilares. Acercarles a alguien que los entendiese. Apoyar a las patillas en su rebeldía. Que la calva de monje confesase. Al peluquero no le cabía un tatuaje más en los brazos ni en el cuello. Colgaba de la pared una fotografía de estudio en blanco y negro de Kirk Douglas. Al verme en ese estado de nervios cabelludos, el peluquero no intentó calmarme con unas palabras de aliento: me ofreció un cigarrillo. Le dije que no. Me ofreció un puro. Acepté. El sonido de los caminones de carga y descarga en hora punta era ensordecedor. Dejé el puro en el cenicero de suelo cerca de Kirk. Sentía el crecimiento del pelo de la nuca alto, y el ánimo un poco bajo. Mantuvo la raya a raya. El flequillo voluptuoso. Le temblaban las manos, al menos así las panteras negras de tinta lucían en movimiento. Los tijeretazos para aliviar las greñas eran suaves. Me ofreció un vaso de agua. Le dije que no. Me ofreció un café con helado de vainilla. Acepté. Me comentó su deseo de raparme las sienes. Me decepcioné un poco. Me ofreció la posibilidad de elegir entre corte cuadrado o circular. Dudé. Miré a los ojos a Douglas, luego al hoyuelo de su barbilla: circular, le respondí.



DE FUEGO VA LA NOVIA 💥

Era el día de su boda. Y la de su futuro marido también. Pero parecía ser con su vestido con quien se casaba. Tumbado sobre la cama, un poco hundido en la colcha por el peso de los cristales de Svarovski, parecía por fin respirar. El reposo fuera de la rigidez de la percha. Era un día nublado. La novia tenía sueño. Ese momento sería el único en el que estaría sola y decidió echarse una cabezadita junto a su futuro outfit. Lo abrazó. Besó el escote palabra de honor. Tan dulce que quiso que fuera presente y se lo puso como pijama para siesta. Se asemejaba a una serpiente que se introducía de nuevo en su muda. Las nubes que cortaban el ventanal iban cargadas de agua. La intranquilidad de casarse en abril. Un sol resplandeciente como un meteorito reapareció y los Svarovski de la cola comenzaron a hacer de lupa sobre el tul. Los pequeños incendios que se distribuían por todo el vestido hacían centellear y más los cristales. La novia lucía más que nunca. Su cuerpo comenzó a subir de temperatura. Sevilla interior. Pensó entre sueños de anillos de brillantes que tal acaloramiento era consecuencia del apasionamiento, pero el botones ante la alarma tuvo que llamar al 080. Los Svarovski saltaban por los aires como balas, hacían agujeros en las paredes que escribían "en la salud y en la enfemedad". Se abrió la puerta y varios bomberos la apuntaron con sus mangueras. La novia como Juana De Arco arrepentida dijo: sí quiero, agua.

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recuerdo cuando era brillante brillante
y hoy busco quién me hizo oscuro diletante
quizás yo fui el propio culpable quizás
pensé que el candor me daba el derecho
de hacer daño sin pensar en la madurez y
al rebotar y chocar con mi luz exterior
el silencio del perdedor encharcó todo
me quedó esperar cubos que achicaran
el rumor que comenzó a decirme a partir
de ese momento: eras brillante brillante
la sed de poder de infancia te hizo oscuro
diletante

ha entrado brisa por el ventanal
se han secado las lágrimas nada
más brotar
(es como si no hubiese llorado)