CANAS


[Frankenstein tras una leve nevada]
[Frankenstein con arroz lanzado de boda]
[Frankenstein de papel de plata al horno]
[Frankenstein bajo cables cruzados argentos]
[Frankenstein cabello de materia gris]
[Frankenstein asustado tras las noticias]
[Frankenstein asustado tras la cuenta]
[Frankenstein arrugas blanquecinas]
[Frankenstein cien sobre cada sien]

[Frankenstein medicado de chapa]
[Frankenstein nublado de cansancio]
[Frankenstein disfrazado de perla]
[Frankenstein decolorado de plomo]
[Frankenstein pelo de tiza y pizarra]
[Frankenstein de tornillos fundidos]
[Frankenstein tornasolado de pez]

[Frankenstein rinoceronte]
[Frankenstein hipopótamo]
[Frankenstein paloma]
[Frankenstein rata]

[Frankenstein blanco de la policía]

MUSEO INTERIOR

Mientras le esperaba quieto como una escultura de Giacometti, reparé al mirar a un cielo sin nubes anti William Turner que me encontraba debajo de un almendro florecido como en el lienzo de Vincent Van Gogh. Aproveché la quietud interior para intentar poner mi mente en blanco y paliar los nervios que me producían los ladridos de "Los perros de Barcelona" de Paula Rego: cerré los ojos y visualicé fuertemente el cuadro de Kazimir Malevich "Blanco sobre blanco". Pero el esfuerzo duró poco: sin querer se mostró enseguida "Black square" del mismo autor. El tiempo se derretía. Como si yo fuera un pastorcillo de Murillo, una turista con cuello de Sandro Botticelli me preguntó por una posible cafetería abierta a esa hora de la mañana. Le señalé con mi mano al estilo pantocrátor una dirección, y la imaginé allí ya sentada a lo Hopper. Esperaba para pasar el día sumergido en la piscina. Una tarde que pintaba bien, que pintaría Hockney. Serían todo lo contrario a "Los borrachos" de Velázquez. Necesitaba una siesta a lo John Singer Sargent. La tardanza era puntillismo de Seurat que dibujaba un estómago. Por fin un coche de Vostell se acercó a mí: no había cuadro para explicar su llegada.

Verde piscina

Hojas de parra arañan los azulejos
Mi té caliente sobre las manos
Sólo puedo nadar con mi imaginación
Largos de palabras comunes
Observo hojas marrones
De árboles desconocidos

Se han posado sobre el agua
Roídas de tiempo las flores
En la cerámica
Azul de neón de pérgola
Trampolín oxidado de adrenalina
Hasta han crecido algunas malas hierbas
En cada una de las cuatro esquinas
Son bellas y buenas por la conquista
Esperanza verde de verano

💧

Deseo de verde piscina de azul congelación de tobillos de río de amarillo picor de arena de playa conforme por ahora con el agua de las lágrimas al retar al sol el vaho de la ducha todavía caliente el café cada vez más frío el vino templado en el picnic el murmullo árabe de la fuente el sudor de las esculturas las gotas de perfume detrás de las orejas. 💧
¿Cuántas coladas de ropa blanca tendidas al sol me quieres?
¿Cuántos largos buceando en la piscina olímpica?
En el fondo pensando en tu forma
Yo te quiero todas estas piedras en el río
Pienso en ti y no hago pie
¿Cuántas margaritas? ¿cuántos padrenuestros?
¿Cuántas hojas? ¿Cuántas conchas en la orilla me quieres?
¿Cuántos espejos? ¿Cuántas vueltas en la cama?
¿Cuántos racimos de uvas? ¿Cuántas máscaras?
¿Cuántas naranjas? ¿Cuántas habitaciones de hotel?
¿Cuántos destellos de neón? ¿Cuántos taxis?
¿Cuántas azoteas?
¿Cuántas malas hierbas arrancadas del jardín? ¿Cuántos
guisantes? ¿Cuántas botellas de agua fría? ¿Cuántas
canas me quieres?
En el fondo pensando en tu forma
¿Cuántos loopings en la montaña rusa? ¿Cuántas pipas
en el banco? ¿Cuántos marcapáginas?
Yo te quiero todas estas arrugas en el jersey.
¿Cuánto confeti me quieres?
¿Cuántas alarmas pospuestas me quieres?
¿Cuántos libros de Miguel Delibes?
¿Cuántos de Burroughs?
¿Cuántas onzas de chocolate?
¿Cuántas vueltas en la noria?
¿Cuántos paseos por el puerto?
¿Me quieres cuántas puestas de sol?
¿Cuántas siestas bajo el árbol?
¿Cuánto rojo me quieres, cuánto violeta?
Yo te quiero azul.
¿Cuánta penumbra me quieres?
¿Cuántos albaricoques?
¿Cuántas cucharadas de azúcar en el café me quieres?
¿Cuánta plata, cuánto mármol, cuánto cuarzo?
¿Cuántas migas de pan en el camino?
¿Cuántas ovejas?
¿Cuántas gotas de sudor en la cama me quieres?
Se dio la búsqueda y captura de un cabrón de alrededor de 35 años que desapareció, se volatilizó, durante el desarrollo de la pieza de ballet ruso La siesta del fauno.
Su pareja en ese momento, declaró a la policía y al dueño del teatro, que mientras se producía el último movimiento, en el que el fauno reposa bestial y eróticamente ante las ninfas, giró su cabeza hacia su pareja para comentar tal sublime rareza percatándose de que no se encontraba en su asiento.
Declaró, también, muy elegante y desesperada, que estos asientos correspondían exactamente al centro del patio de butacas y que en ningún momento notó cualquier movimiento de su marido a pesar de estar absorta con las mallas del fauno protagonista. Y que nunca le había puesto los cuernos.
Uno de los acomodadores, un varón de 50 años, declaró que durante la obra y situándose en la puerta de acceso a la platea lo único extraño que percibió fue un fuerte olor a ovejas.
Se interrogó al reparto íntegro de ninfas. Declararon que también habían saboreado ese olor a rebaño, pero sobre el propio escenario.
Ya en camerino, desmaquillándose, el fauno protagonista, el reconocido coreógrafo Vladimir Krasew, declaró que sospechó de uno de los extras (incluído en la troupe de faunos secundarios) que le ofrecían vino y uvas en un momento de la representación, y que no lo reconoció como miembro de la compañía.
¿Cabría la posibilidad de que ese "extra extraño" fuera él?
Sus padres, varón y mujer de 70 y 71 años respectivamente, llegaron al teatro cuando caía el sol sobre la ciudad y sobre la escenografía de bosque. Declararon que a su hijo ni siquiera le gustaba el ballet, y que tenían entendido que accedió a ir con su mujer a cambio de que al día siguiente, domingo, fueran al partido Atlético de Madrid - Vigo. Prosiguieron en su declaración: - Álvaro era peludo y un poco cabrito, pero nunca quiso ser actor. Su pasión era la informática.
Álvaro apareció finalmente, al día siguiente, unas horas antes del partido. Se presentó de repente en el salón de su casa, al olor del pan recién hecho en la cocina y su mujer dándose un baño.
No hubo tiempo para explicaciones y rápidamente se encontraron en la grada del Wanda Metropolitano.
Su mujer, atónita, observó cómo su marido animaba a su equipo soplando una flauta travesera.

Al hijo que no tengo

Se llama Félix y tiene seis años. Cuando retoza con sus juguetes: coches, camiones, grúas, ambulancias, me mira de reojo rogando intimidad y no ternura. Quiere merendar choques, accidentes y vueltas de campana. Quiere autopistas voladoras, anuncios de neón, moteles donde sólo sirven helado en el bufé. Sobre su cojín y manta, la violencia es Mullida. Los osos amorosos no caben en los maleteros. Quiere mandar a todas las máquinas al desguace de su cama. Quiere construir vehículos nuevos.Pega bocinas a las bicicletas, pinta de colores las apisonadoras y los tractores. A los maserati los coloca al borde de la ventana para que contemplen el sol. Se llama Félix y mañana cumple siete años.Cuando retoza con sus juguetes me mira de reojo queriendo conducir 
y no sólo jugar con zapatos.

"San Juan de la Cruz rocks"

Al despertar, con una cinta de confeti pegada en la cara, en lo primero que pensé fue en San Juan de la Cruz. No pensé en nadie más. Ni siquiera pensaba en mí. Reventé un globo con el pie descalzo al salir de la cama. Me asomé por la ventanita con aire vago, para mirar al cielo e intentar dilucidar que tiempo haría ese día. En mi cabeza era todavía de noche. Supuse que haría sol, era Sevilla, pero justo en ese momento comenzó a chispear y luego, a llover con más fuerza. Aproveché para mojar mi pelo y mi cara, e intentar salir de aquel estado de aletargamiento renacentista. Un gorro de papel en forma de cono cayó al patio. Salí a la calle sin paraguas. La zona donde me encontré era peatonal, pero a mí me parecía estar saltando entre tejados. Me dirigí a la Iglesia del Santo Ángel, en calle Rioja. Llegué allí como por intuición, sin necesidad de mapas, consultando sólo las líneas de mi mano. Estornudé sin querer sobre unas estampas. Creo que intenté beber el agua bendita con una pajita. Las velas rojas hacían un efecto de bola de discoteca. Goteando, me planté ante la imagen de San Juan de la Cruz. Me puse de rodillas, agotado, y a la cabeza se me vino la subida al Monte Carmelo. ¿Podría yo llegar a la unión perfecta con Dios comunicándome a través de un matasuegras?

Orejas

Sentía las orejas rojas apoyadas en las orejas del sillón de orejas después de haber estado tumbado en la hamaca al sol. Los lóbulos me ardían. Tendría que posponer el hacerme el agujero para el pendiente, quizás en forma de cruz. Así al menos podría pensar si finalmente me lo haría en la izquierda o en la derecha.
Lo peor era que era mi cumpleaños. Y siempre habría alguna vecina, tía o sobrino que se ensañaba. Todo fue culpa de ese maldito suplemento sobre piscinas. Lo doblé, lo planté sobre mi cara para taparla cara al sol. Pero las orejas quedaron al aire. Dormí como un lirón. Todo el mundo comenzó a llamar por teléfono. Mandaban mensajes. Yo conectaba el manos libres y frente al espejo del baño hacía muecas de incomodidad mientras les susurraba: Gracias... Bien... No hace falta... 36... quizás... La salud es lo más importante... Pero el dinero ayuda... Recordé como una mañana desperté con un pequeño círculo violáceo en la frente, exactamente entre los dos ojos, y no había sido tanta mi extrañeza. Mi hermano estaba preparando una fiesta sorpresa. Se encontraba haciendo las compras. El calor martilleaba mi martillo. Comenzaban a ganar volumen los cartílagos. Siempre habían sido como de Buda pero ahora eran de elefante. Preparé un cóctel, muy refrescante. Me coloqué las cubiteras en cada una de ellas y fijé mi mirada en una reproducción de La Noche estrellada de Van Gogh. Goteaba. Mandé un mensaje a mi hermano: Querido Teo, no me encuentro bien. Mis orejas no están calmadas ni suficientemente hidratadas, dan ganas de cortármelas. Metí la cabeza en la pecera y los peces payaso sigilosamente se acercaban a mis orejas como si fueran conocidos. Mientras contenía la respiración recordé que mi amigo G. iba a regalarme unos auriculares de última generación. ¡Sólo quería dormir! Y que alguien con las manos frías y el corazón caliente me cubriera las sienes. Al abrirse la puerta, mis orejas estaban tan rojas como las rosas del ramo. Las abejas querrían polinizarme. La casa se llenó de amigos, familiares y compañeros de trabajo. No sé que grado de quemaduras tendría, de cadena perpetua. Al grito unísono de feliz cumpleaños, tuve que tapármelas (también porque cantaban regular) y fue un alivio. Continuaron los cánticos y demás consignas sobre lo excelente que era, que siempre lo sería, que reinase la paz en mi día... El confeti multicolor se había adherido a mis orejas, cubriéndolas por completo. Agarré a mi hermano Teo por el brazo, lo arrastré hasta la cocina y le dije: pasado tendré las orejas más bronceadas de toda la oficina, pero ahora llévame a urgencias.

¿Cuántos botones desabrochados del pijama me quieres?
¿Cuántos guisantes fuera de las vainas?
¿Cuántas burbujas explotadas del plástico?
¿Cuántas ristras de ajos?
¿Cuántos sorbos de sopa?
¿Cuántas entradas en el ladrón?
¿Cuántas ventanas abiertas en la pantalla me quieres?
Yo te quiero todas las gotas de esta nube gris.
Yo te quiero todos los granos de arena de este castillo.
¿Cuántos imanes en el frigorífico me quieres?.
¿Cuántos fotos delante de las Torres KIO?
¿Cuántas reproducciones de cuadros de Van Gogh?
¿Cuántas cañas me quieres?
Yo te quiero una iglesia, una selva, un iceberg.
¿Cuántas duchas de agua fría me quieres?

Un secreto LITERARIO

Un secreto puede contener una buena historia desaprovechada para el público. Un secreto se convierte automáticamente en una historia interesante para contar sólo por el hecho de que nunca saldrá a la luz. El relato del secreto lo conoce quien lo ha vivido, quien lo retiene muy a su pesar, en la privacidad de la noche. Una mordaza a un buen cuento basado en hechos reales entregado al editor de la discreción y la sensatez. Existen cientos de ocultas narraciones geniales, encantadoramente rocambolescas, que superan a las que podemos leer abiertamente. El secreto que tiene uno, el desarrollo de unos acontecimientos que fascina al que lo posee, se convierte en una joya encerrada en un envoltorio que no se abrirá nunca. Muchos tendrán la necesidad de querer exhibirla, tanto en la recepción del palacio de un tomo de cien páginas como en la plaza pública de un recital. Uno no quiere humillar al redactarlo o al recitarlo, al contrario, el relato secreto será bueno en cuanto a historia original y circunspecta. Puede fijarse por escrito por ejemplo en un diario. Así no se temerá olvidarlo. Se puede guardar bajo tierra a espera de ser encontrado. Firmar como anónimo o con pseudónimo. El paso del tiempo puede modificar para mejor o peor el cómo ocurrió lo que acabó convirtiéndose en un secreto, ésto afecta sobre todo a los detalles más pequeños del incidente y que en la mayor parte de los casos son determinantes. La calidad del secreto literario exige veracidad. La realidad supera a la ficción dicen. Pero ¿de qué sirve un secreto que es una ficción? La realidad del secreto, el encorsetamiento de la boca tapada y las manos atadas son hechos destinados al silencio y al disfrute del que lo carga como un irrestible destino cumplido. Uno es el autor de su propio secreto. Además siempre será el personaje principal puesto que es el único que puede describir una crónica fiel. Cuando uno muera ya no le importará que se descubra por fin una anécdota que no se pudo confesar estando vivo.

I.

Madame Neuville dejó caer el anillo de oro dentro de la copa de champán. Después de brindar no contuvo la efusividad y al sorber pasionalmente sus deseos comenzó a no poder respirar. El anillo, proveniente de su tatatatattaatatatarabuela, se deslizó tambaleante por su fina garganta y llegó al estómago. Madame Neuville dejó de exhibir muestras de ahogo y continuó bebiendo hasta acabar la botella. El gato negro de Monsieur Labadite, atado con correa de cuero de Fez, consiguió desprenderse de ella y saltó como una liebre hasta el sofá. Allí se acurrucó sobre el cojín de clavos perteneciente al fakir que se había contratado para amenizar la reunión. Cualquer cosa, pensó, era más cómoda que estar privado de su libertad de movimiento. El fakir en cuestión no era persa, ni indio, ni fakir. Baba Baba Malik necesitaba algo de dinero. Su sueño era comprar un Saab 92, lo más mullido posible o un Ford T, para poder pasear a su novia entre algodones. El menú continuaba sirviéndose en el salón pero se esperaba con expectación a que Baba degustase su primer plato: una antorcha.

II.

El menú continuaba sirviéndose en el salón pero se esperaba con expectación a que Baba degustase su primer plato: una antorcha. Pero a él le apetecía comer ostras. En una esquina del salón se superponían cuatro o cinco damiselas que lo fusilaban con la miraba por encima de sus abanicos. Asistían al encuentro llevadas por el morbo de ver a un hombre tragarse una antorcha sin aliñar. Baba tenía la bola de fuego a diez centímetros de su barba (falsa). Se puso de perfil frente al público, simuló que introducía la antorcha poco a poco en su boca. Por el calor, el pegamento que la sujetaba a la piel de su cara se deshizo y el amasijo de pelo cayó al suelo descubriendo una tez pálida, un mal rasurado en la perilla. Las damiselas se avalanzaron sobre ella como si fuera una ramo de novia. La mentira que escondía tras su personaje fue suficiente para que se apiadaran de él. Madame Neuville ordenó que se le sirviesen doce ostras completamente cerradas. La audiencia disfrutaba con el hecho de que no pudiera abrirlas. Reían y aplaudían. El fakir habría preferido la humillación de haberse abrasado.

III.

Monsieur Ājar estuvo haciendo un terrible esfuerzo para no levantar el dedo meñique al sostener la taza de té, pero no lo consiguió. La casualidad salvó la falta de protocolo cuando un colibrí se posó sobre el dedo batiendo sus alas. Madame Neuville, asombrada, pensó que quería sorprenderla con el poder que ejercía sobre las aves. Monsieur Ājar no se había dado cuenta de que estaba envuelto levemente por una pátina de migas de pan, sólo visible para pájaros hambrientos. Había tenido un encuentro con la panadera hacía una hora. El loro de Madame Neuville, Pierrot, vociferaba la lista de los veinte franceses y francesas guillotinados más elegantes. Una gaviota, chocó contra la ventana, y debido al susto, las tazas vibraron y se vertieron sobre sus atuendos brocados. Hacía frío en el salón y no les importó lo más mínimo. Ājar, morado por la vergüenza y por lo rocambolesco del asunto, salió del paso interesado en leer el futuro de Madame Neuville a través de las manchas de té sobre su corsé. Simulando estar en trance, con los ojos en forma de macarons, el destino le estaba diciendo que él mismo heredaría su fortuna, puesto que las gotas en forma de cerezas así lo corroboraban. La condesa, frunciendo el ceño, le advirtió: liberaría a Pierrot de su jaula y según se comportase con él, quizás, tomaría en cuenta esa posibilidad. Al abrir la puerta de la jaula, el loro, el oráculo de plumas amarillas, rojas y azules, se abalanzó sobre Monsieur Ājar y lo colmó a besos y picotazos suaves por todo el cuerpo

IV.

Monsieur Ājar terminaba el ciclo de un periplo de ida y vuelta hacia no sé dónde y aprovechó para traer sedas a Madame Neuville. Cuando antes del five o´clock, el vahído dieciochesco comunal en los invitados se produjo sobre los sofás, sobre las butacas y sobre las alfombras, con el objetivo de vender en las mentes de los asistentes de forma subliminal, Monsieur Ājar comenzó a mostrar a una audiencia somnolienta estampados de dragones, lotos, nenúfares, ciervos y bosques. La lámpara de araña pareció crujir. Las leves caricias entre los rollos hicieron que todos se derrumbaran en un profundo sueño. Monsieur continuaba recitando las lindezas de las partes pintadas a mano, muy suavemente para no despertarles. La lámpara de lágrimas vibraba cada vez más. Se inició una llovizna de gusanos de seda sobre el salón. Caían sobre las bandejas, divanes y jarrones de porcelana, y sobre la cara de los asistentes. Ājar no callaba. No quería echar a perder una buena tarde de negocio. Cada vez más gusanos caían desde la lámpara e hilaban e hilaban. Los perros pequiñeses de Neuville jugaban al escondite entre los rollos. Los suspiros de Mademoiselle Dalmatie hacían volar los gusanos más cercanos a su boca, alejándolos; otros saltaban al ritmo de los ronquidos de Monsieur Doré sobre su gran barriga embutida en un chaleco canela. Lo que era ya un ejército de gusanos terminó de inscribir sobre el tapiz principal de la sala un mensaje corto y conciso que hizo parpadear como mariposas los ojos de Ājar: "Eres un capullo".

V.

Madame Neuville poseía dentro de uno de sus jardines, uno laberíntico, con muros verdes de metros de altura, e invitó a los invitados a invitarse a adentrase en él. Mademoiselle Dalmatie se adelantó la primera, sola, como poseída por una atracción hacia el centro del laberinto, el resto, repartidos en grupos de dos y tres, charlaban animosamente como si estuvieran profundizando en un terreno ya conocido. Deslizándose por los pasillos que olían unos a gardenias, otros a rosas y otros a lavanda, Mademoiselle Dalmatie, reía, liberada del encorsetamiento de la reunión. Comenzó a desnudarse poco a poco: lanzó el sombrero a una de las fuentes, y ante su asombro y sin ayuda de doncella, en la espalda del corpiño saltaron los botones al aire. Olía a toro: tal apasionamiento debía ser resultado del recuerdo que dejó en ella Monsieur Ājar . Desnuda completamente, bailaba de puntillas al ritmo de un clavecín que no veía, y que aumentaban las ganas de conocer a aquello que fuera que lo tocaba. Guiada por la música y por mugidos, Mademoiselle Dalmatie, percibía como anochecía rápidamente a medida que avanzaba perdida. La luna se posó sobre ella iluminando su rostro, el centro exacto del laberinto y a lo que apareció en escena: Pierrot, el loro mejicano de Madame Neuville.

Autosabotaje/

Cuando casi he terminado de sudar
cerca de alcanzar la meta de oro
con la punta de los dedos, muero
momentáneamente para quedarme
quieto y sabotear el éxito de plata
que los demás saben a qué sabe
y yo no porque quiero siempre
descifrar qué brilla en el intento
de permanecer inmóvil de bronce.

ANIMAL PRINT

Monsieur Matosse amaba en secreto a Madame Neuville. La seguridad en su inseguridad hizo que hasta aquel día no se pronunciase a expresar sus sentimientos trazando un plan. Se convertiría en la nueva fiera que cada año Madame adquiría para enriquecer la excentricidad de su zoo. Matosse convenció a su amigo Ben Wollstonecraft para que, haciéndose pasar por veterinario, visitase a Madame Neuville con la excusa de revisar el estado de los animales y ofrecerle cuidar y mimar a la última sensación en seres cuadrúpedos: Monsieur Matosse disfrazado. Pagó un dineral en saco para que las mejores costureras de Beauville le confeccionaran un traje de jaguar. Pagó una suma para que el mejor y más transgresor mimo de París le ayudara a reproducir unos básicos movimientos felinos. Llegó el día, y Ben irrumpió en la puerta de la casa de Neuville con un carro en el que dentro de una jaula se hacía el dormido lo que parecía ser un jaguar. Madame acababa de sufrir un vahído por ninguna causa en particular, y todavía aturdida, estuvo de acuerdo sin rechistar y suplicó a Ben que transportase a aquella especie exótica hasta el hall. Monsieur Matosse ardía en su interior. No se le había exiliado al pequeño zoo, en su cabeza todo indicaba que esa misma noche dormiría junto a ella. Así fue: se ordenó a Ben que instalara la jaula en el dormitorio de la señora, que obviaba el miedo y priorizaba los asuntos más recientes. Al caer la noche, y habiéndose marchado Ben silbando hacia la taberna, Madame cayó rendida sobre la cama de verde absenta tras su clase de pintura de atardeceres. El frío era hiriente y sus pechos tiritaban durmiendo. Monsieur Matosse abrió la puerta de la jaula con toda la calma que le permitía su pasión desenfrenada y que le mantenía caliente; se tumbó sobre el diván del cuarto simulando ser una manta de lana. Le fue fácil improvisar ese personaje. A los gritos de Neuville en los que entre sueños reclamaba a un jaguar con insistencia, Matosse reacionó nervioso y rojo de rabia, condenándose durante toda la madrugada a susurrar: ¡Desea una manta!

Tercera persona

Monsieur Matosse no era en realidad Monsieur Matosse. Su verdadero nombre era Juan Dando. Lo que si era cierto era que estaba enamorado secretamente del Conde Brel. Se conocieron durante la escritura de un microrrelato. Juan Dando escribía sobre el Conde. Fue un amor a primera tinta. Juan Dando, al redactar lo que era un sencillo five o´clock en el barroco salón de Madame Neuville, visualizó al Conde Brel sentado tímidamente en el único sillón fernandino de la sala. Resplandecía. Juan Dando, disfrazado en palabras de Monsieur Matosse, portaba un falso bigote imperial, exacto al del Conde. Sus miradas tras los monóculos se cruzaron. Se reconocieron y sonrieron, uno se puso rojo, el otro púrpura. Al día siguiente, tras el flechazo, Juan Dando quiso coincidir con Brel alrededor de la medianoche en el Cabaret Brubeck. Debido al humo acumulado de discusiones, el Conde insistió en salir del papel para tomar aire. Juan Dando se centró entonces en el espectáculo: lo que parecía ser un hombre vestido de mujer, y una mujer vestida de hombre, desnudos, recitando exageradamente poemas de Safo y Calímaco de forma superpuesta. Embelesao y tardando tanto el Conde en volver a la mesa, decidió que entrase directamente en escena, subiese al escenario junto a los dos actores y se desnudase como ellos, añadiendo al ruido la lectura de versos de Catulo. Se les lanzaron plumas, puros, sedas, frutas exóticas, figuritas de cerámica. Juan Dando soltó algunas bolas de notas en las que escribía sobre él. Un escenario hecho añicos de objetos era la estampa, y los tres personajes desnudos en el centro el caos encantador. Sin embargo, el Conde Brel recogió con parsimonia esas notas, y como si se trataran de flores se las puso en el pelo, retando al narrador públicamente a que tachase de la hoja el episodio que se acababa de producir.

Television

Sin ser consciente yo de que mis límites estaban enmarcados en el cuadro del ventanal, alguien me observaba moviéndome de una punta a otra de mi cuarto. Nunca supe durante cuánto tiempo. Al dejar sobre la cómoda libros, apareció en mi vista de catalejo la figura de una chica con el cabello negro azabache. Sus reflejos eran azules y sus ojos también, de una gama tranquila y amable. Comía palomitas de un bol. La saludé mimo con la mano y aunque sonrió su cara expresaba un asombro chocante ante tanta naturalidad. Le indiqué que abriese su ventanal mientras abría el mío con el objetivo de romper aquella quinta pared de vidrio. Lo hicimos casi al unísono y cuando la misma brisa que separaba nos despertaba, me dijo graciosa: eres mi teleserie favorita.

Cumpleaños 🌳

Hay un círculo concéntrico más en mi tronco
El goteo de mensajes me hacen crecer
El agua del amor
Aún así los gorriones pican en la cabeza
Buscan migas de pan de paz
La sabiduría del ángel
Hoy la raíz avanza hacia, la copa de madera
Rebosa de almendras por romper
Y las hojas de canas
Y la valentía de las ramas
Que abrazan
un año más en el bosque

🤡

Madame Neuville necesitaba urgentemente un bufón. Su primo no estaba disponible. Le valía cualquiera sin experiencia mientras fuese muy desgraciado y muy divertido, o también alguien molesto e histriónico pero que fuera mínimamente guapo. Siempre le surgía algún regalo que desenvolver durante el día y no tenía tiempo para preguntar a nadie. Las arrugas apremiaban para entretenerse en todo momento y mientras tanto en el salón se acumulaban dulces, flores, joyas, animales exóticos, nuevos tapices, nuevos jardineros. Pensó en sustituir la idea de encontrar un bufón con la de que un marido le encontrase a ella. Madame Neuville era feliz en su abundancia pero en aquellas horas de la noche en las que se sentía desvalida, en camisón de oro y borracha de afeites... ¿podría ser su propia bufona? 🤡
Camille despertó tras el desfallecimiento. Podría haber estado mil años desmayada pero fueron sólo algunos segundos. En el otro ala de palacio Thérèse despertó al unísono de su propio vahído. Ambas a la pregunta de qué querían beber respondieron: "brandy".
Los mayordomos no daban abasto.
Las peluqueras y maquilladoras tampoco.
Dirigieron a las dos a la sala central de reposo. Un chill-out dieciochesco.
Las tumbaron a cada lado de un biombo.
Repararon por la coincidencia de sombras a través, que estaban siendo atendidas por la misma causa.
Las dos susurraron: " yo soy la protagonista".
Esa velada habían lucido el mismo corsé y habían puesto sus prismáticos sobre el mismo conde.
Sus melenas se rizaban de rabia.
Madame Neuville orquestaba de mal humor la escena de congojas. Ella era la verdadera protagonista y dueña del palacio. El conde era como su hermano pequeño. No iba a permitir que esa moda de llamar la atención enrareciese la fiesta.
Thérèse y Camille hicieron caer el biombo para enfrentarse y al verse como frente a un espejo, lúcidamente se acercaron la una a la otra y

Padre

El frío calaba como matrioskas la ropa, la piel, los huesos y el espíritu.
Los pasos se hundían como en azúcar helado hasta los talones de Aquiles.
La luz solar marcaba el límite como reloj de arena amarillento.
Tenía que llegar a tiempo.
Sangraba por la nariz del esfuerzo.
Sudaba de la tensión como si atravesase un desierto. Se formaban estalagmitas y estalactitas en mi ropa interior.
Las montañas al fondo marcaban una meta que me alegraba no tener que alcanzar.
Llegué a cuatro patas, arrastrándome como una serpiente, a la fiesta de cumpleaños de mi hijo.

Periódico caducado.

Mientras leía el periódico de hace veinte días, me asaltaron los males al corazón y algunos recuerdos felices. Tal contradicción me sumió en un estado de nostalgia con el pasado, que el leer un periódico de hace veinte días tuvo sentido.

París (Farmacia) 🌋🗼💄

Mis labios ardían como Juana de Arco, resultado de la esperanza y el paseo a contracorriente. Parecían coloreados a pincel, tan carmesí la boca, que simulaba la de un vampiro borracho de sangre. Comer tanto viento helado, el asombro del cielo sobre La Place des Vosges, sólo me permitiría dar besos malditos.
Atolondrado por el ofrecimiento de un tefilín a buen precio, me dejé hipnotizar por la cruz verde que señalaba una farmacia en la Rue Saint-Antoine. Entré por la puerta como una serpiente buscando enroscarse a una copa. La farmacéutica me miró fijamente desde lejos como si viese acercarse a un as de corazones. Le dije: las palabras que salen de mi boca abrasan, los suspiros flambean y los estornudos incendian. Me respondió: no hay tiempo para líricas, Avène Cold Cream Stick Labial, 6,50.
¿Cuántos insultos de una vieja loca me quieres?
¿Cuántas miradas reprobatorias de un viejo lunático?
Todo lo desagradable lo devuelvo
¿Cuántos coitos interruptus?
¿Cuántos hielos deshaciéndose?
¿Cuántas resacas me quieres?
¿Cuántos cafés con sal?
¿Cuántos intentos de atropello?
¿Cuántos jerseys puestos al revés?
¿Cuánta ropa interior pequeña me quieres?
Todo lo incómodo lo devuelvo
¿Cuántos perritos sin amo?
¿Cuántos relojes sin agujas?
¿Cuántos martinis sin aceituna?
Yo te quiero un infierno, un juguete sin pilas
Yo te quiero una nana cantada por Enrique Iglesias.