IV.
Monsieur Ājar terminaba el ciclo de un periplo de ida y vuelta hacia no
sé dónde y aprovechó para traer sedas a Madame Neuville. Cuando antes
del five o´clock, el vahído dieciochesco comunal en los invitados se
produjo sobre los sofás, sobre las butacas y sobre las alfombras, con el
objetivo de vender en las mentes de los asistentes de forma subliminal,
Monsieur Ājar comenzó a mostrar a una audiencia somnolienta estampados
de dragones, lotos, nenúfares, ciervos y bosques.
La lámpara de araña pareció crujir. Las leves caricias entre los rollos
hicieron que todos se derrumbaran en un profundo sueño. Monsieur
continuaba recitando las lindezas de las partes pintadas a mano, muy
suavemente para no despertarles. La lámpara de lágrimas vibraba cada vez
más. Se inició una llovizna de gusanos de seda sobre el salón. Caían
sobre las bandejas, divanes y jarrones de porcelana, y sobre la cara de
los asistentes. Ājar no callaba. No quería echar a perder una buena
tarde de negocio. Cada vez más gusanos caían desde la lámpara e hilaban e
hilaban. Los perros pequiñeses de Neuville jugaban al escondite entre
los rollos. Los suspiros de Mademoiselle Dalmatie hacían volar los
gusanos más cercanos a su boca, alejándolos; otros saltaban al ritmo de
los ronquidos de Monsieur Doré sobre su gran barriga embutida en un
chaleco canela. Lo que era ya un ejército de gusanos terminó de
inscribir sobre el tapiz principal de la sala un mensaje corto y conciso
que hizo parpadear como mariposas los ojos de Ājar: "Eres un capullo".
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