Oasis

Me arden las líneas de las manos. Mis pies se hunden cada vez más en la arena. La túnica pesa oro. Los billones de estrellas me acosan. No vislumbro el escorpión de la luna por ninguna parte. He perdido el norte. Hace mucho frío. Los recuerdos golpean mi cara. Estoy solo en medio de este desierto desierto. Supongo que tardo una hora en subir cada duna. Tengo sed. Tengo miedo. Estoy agotando el instinto. No recuerdo cómo llegué hasta aquí. Bebo el sabor salado de mis lágrimas. Me balanceo. Caigo. Continúo andando a rastras. Caigo de nuevo. Tendido boca abajo. Apoyo la barbilla sobre tu fotografía y al mirar al frente, distingo, a lo lejos, un oasis.

Cepillo

Erizo de tocador.
Pinchos que acarician
el riego de la sangre
de mi cabeza de Sansón.
Es fucsia.
Demasiado color.
La mano es de oro.
Dieciséis veces peinan
la melena que besará
el almohadón.

/Una chica japonesa tocando la guitarra en Sevilla/

El pelo negro de sus cuerdas reta al silencio de sol judío. Cuervo, el pasador y su pulsera de oro vibran. Sorbe sangría a tragos diminutos como un pajarillo bebiendo rocío; y sus dedos son largos como afluentes en sequía.
Sus ojos, lucho con ella a navajazos. Pobre, las monedas en los bolsillos pesan. Amargo, los limones tiemblan y los turistas americanos cabizbajos de atardecer se cruzan naranjas. No es de aquí, o sí, pero su embrujo como todos, viene del cielo.

💦

Nunca me he sentido tan hermoso como cuando me tiraron vestido a la piscina. Reía y nadaba. Brazada y sonrojo. Las carcajadas producían burbujas. Los vaqueros pesaban como anclas. La camiseta blanca segunda piel de pliegues marmóreos fue más que nunca mi talla. Fui una escultura chorreante, tan mojado que el sol no podía secar tanta extrañeza húmeda. Pesé cien kilos de agua. Reposé en el bordillo triste como un náufrago. Nunca estuve tan tranquilo. No quería desnudarme. Me lanzaba de cabeza a la lluvia inesperada de verano. Nadé como un delfín cansado hasta que quedé varado en mi propia sensualidad.