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Nunca me he sentido tan hermoso como cuando me tiraron vestido a la piscina. Reía y nadaba. Brazada y sonrojo. Las carcajadas producían burbujas. Los vaqueros pesaban como anclas. La camiseta blanca segunda piel de pliegues marmóreos fue más que nunca mi talla. Fui una escultura chorreante, tan mojado que el sol no podía secar tanta extrañeza húmeda. Pesé cien kilos de agua. Reposé en el bordillo triste como un náufrago. Nunca estuve tan tranquilo. No quería desnudarme. Me lanzaba de cabeza a la lluvia inesperada de verano. Nadé como un delfín cansado hasta que quedé varado en mi propia sensualidad.





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