"David Lynch"
Éramos, somos, cinco hermanos. Y recuerdo que a principios de los años noventa, nos sentábamos repartidos en el sofá y los sillones junto a nuestros padres para ver Twin Peaks. Yo a veces en el suelo, con mi mantita de borreguito, jugando con algún muñeco. La anécdota en cuestión es que después de ese ritual televisivo, el drama llegó en el último capítulo, donde el asesino de Laura Palmer se descubriría. La tensión y el silencio se respiraba en el salón, se podía cortar con un cuchillo jamonero. Supongo que a mí me daba igual porque estaba entretenido con mi muñeco pero ante tanta expectación, era consciente de que un momento culminante estaba a punto de llegar. Mi padre, ante tanto mutismo postadolescente, dejó de tener interés, y decidió dos minutos antes de que se descubriera el pastel, pasar por delante de la televisión hacia la terraza a ritmo de tortuga. El roce de sus zapatos de estar por casa contra el suelo sonaron amplificados ante tal concentración. Mis hermanos gritaron, incluso creo que gritó mi muñeco también frente a ese sacrilegio. Tantos capítulos, tantos minutos gastados de tirantez se iban al garete para observar a mi padre tapando la tele con su cuerpo en esos precisos instantes. Indignado por ese paseo mundano que causó tanto revuelo, cogió el mando de la tele sigilosamente y lo escondió en uno de los bolsillos de su bata verde Lynch. Retrocedió y volvió a su sitio, y en el momento en el que se iba a descubrir el asesino de Laura Palmer apagó la tele. Las caras blancas de mis hermanos se quedaron aún más blancas. Hubo chillidos. Lamentos. Desesperación. Mi padre, sentado, obtuvo su venganza. Moraleja: nunca quejarse de que a tu padre le apetezca salir a tomar el aire en la terraza.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario