¿Cuántas alarmas pospuestas me quieres?
¿Cuántos libros de Miguel Delibes?
¿Cuántos de Burroughs?
¿Cuántas onzas de chocolate?
¿Cuántas vueltas en la noria?
¿Cuántos paseos por el puerto?
¿Me quieres cuántas puestas de sol?
¿Cuántas siestas bajo el árbol?
¿Cuánto rojo me quieres, cuánto violeta?
Yo te quiero azul.
¿Cuánta penumbra me quieres?
¿Cuántos albaricoques?
¿Cuántas cucharadas de azúcar en el café me quieres?
¿Cuánta plata, cuánto mármol, cuánto cuarzo?
¿Cuántas migas de pan en el camino?
¿Cuántas ovejas?
¿Cuántas gotas de sudor en la cama me quieres?

Peluquería V (Kirk Douglas)

Mi corazón componía un ritmo de taquicardia bastante pegadizo. Sudaba. No iban a cortarme los dientes ni las piernas pero el camino hacia la peluquería se hacía como de paseo de reo. Serían sólo las puntas. El pelo vuelve a crecer. A algunos. El objetivo era animar a los poros capilares. Acercarles a alguien que los entendiese. Apoyar a las patillas en su rebeldía. Que la calva de monje confesase. Al peluquero no le cabía un tatuaje más en los brazos ni en el cuello. Colgaba de la pared una fotografía de estudio en blanco y negro de Kirk Douglas. Al verme en ese estado de nervios cabelludos, el peluquero no intentó calmarme con unas palabras de aliento: me ofreció un cigarrillo. Le dije que no. Me ofreció un puro. Acepté. El sonido de los caminones de carga y descarga en hora punta era ensordecedor. Dejé el puro en el cenicero de suelo cerca de Kirk. Sentía el crecimiento del pelo de la nuca alto, y el ánimo un poco bajo. Mantuvo la raya a raya. El flequillo voluptuoso. Le temblaban las manos, al menos así las panteras negras de tinta lucían en movimiento. Los tijeretazos para aliviar las greñas eran suaves. Me ofreció un vaso de agua. Le dije que no. Me ofreció un café con helado de vainilla. Acepté. Me comentó su deseo de raparme las sienes. Me decepcioné un poco. Me ofreció la posibilidad de elegir entre corte cuadrado o circular. Dudé. Miré a los ojos a Douglas, luego al hoyuelo de su barbilla: circular, le respondí.



DE FUEGO VA LA NOVIA 💥

Era el día de su boda. Y la de su futuro marido también. Pero parecía ser con su vestido con quien se casaba. Tumbado sobre la cama, un poco hundido en la colcha por el peso de los cristales de Svarovski, parecía por fin respirar. El reposo fuera de la rigidez de la percha. Era un día nublado. La novia tenía sueño. Ese momento sería el único en el que estaría sola y decidió echarse una cabezadita junto a su futuro outfit. Lo abrazó. Besó el escote palabra de honor. Tan dulce que quiso que fuera presente y se lo puso como pijama para siesta. Se asemejaba a una serpiente que se introducía de nuevo en su muda. Las nubes que cortaban el ventanal iban cargadas de agua. La intranquilidad de casarse en abril. Un sol resplandeciente como un meteorito reapareció y los Svarovski de la cola comenzaron a hacer de lupa sobre el tul. Los pequeños incendios que se distribuían por todo el vestido hacían centellear y más los cristales. La novia lucía más que nunca. Su cuerpo comenzó a subir de temperatura. Sevilla interior. Pensó entre sueños de anillos de brillantes que tal acaloramiento era consecuencia del apasionamiento, pero el botones ante la alarma tuvo que llamar al 080. Los Svarovski saltaban por los aires como balas, hacían agujeros en las paredes que escribían "en la salud y en la enfemedad". Se abrió la puerta y varios bomberos la apuntaron con sus mangueras. La novia como Juana De Arco arrepentida dijo: sí quiero, agua.

0

recuerdo cuando era brillante brillante
y hoy busco quién me hizo oscuro diletante
quizás yo fui el propio culpable quizás
pensé que el candor me daba el derecho
de hacer daño sin pensar en la madurez y
al rebotar y chocar con mi luz exterior
el silencio del perdedor encharcó todo
me quedó esperar cubos que achicaran
el rumor que comenzó a decirme a partir
de ese momento: eras brillante brillante
la sed de poder de infancia te hizo oscuro
diletante

ha entrado brisa por el ventanal
se han secado las lágrimas nada
más brotar
(es como si no hubiese llorado)

El abrazador

Abrió sus brazos quedando el pecho libre para ser abrazado. Avanzó y avanzó a través de la plaza empedrada. Los ancianos sentados en el banco hicieron un esfuerzo por observarlo. Los perros le persiguieron hasta salir por uno de los ojos de arco de la plaza. Continuó por la avenida principal, enlosada. Una mujer pensó que se trataba de su primer amor, pero éste pasó de largo, otra pensó que era su asesor fiananciero y que le daría una buena noticia. Éste no paraba, ni siquiera para comentarles que no era aquel que pensaban. Entró en un centro comercial a pie de calle. Algunos niños se abalanzaron sobre él para abrazarlo creyendo que era un payaso contratado. Los vendedores y vendedoras salían de sus tiendas para investigar el revuelo, y alguno y alguna se arrojaron a sus brazos (no estaba nada mal). Aún así, y aunque se acrecentaba la masa a su alrededor, pudo, gracias al impulso que le obligaba a buscar el abrazo definitivo, acabar con esa situación que le empezaba a resultar incómoda. Pidió al hombre de seguridad que le pusiera la capucha, pero continuaba sin pasar desapercibido porque sus brazos extendidos hacían reaccionar hasta por ejemplo, los pájaros, que le escoltaban para intentar posarse sobre "sus ramas" como si de un espantapájaros se tratase. Intuía pero no sabía hacia dónde iba. La gente quería abrazarle, quería achucharle, quería hacerse fotos con él. Pero su empuje era inevitable. Tuvo que atravesar una aglomeración de turistas: se llevó por delante los sombreros y las gafas de sol de aquellos que eran bajitos. Un cura pensó que quería ser perdonado, pero tampoco funcionó la piedad para detenerle. La policía tuvo noticia de la situación y pensaron en una estrategia: quizás sólo podría frenarle el abrazo adecuado de uno de ellos, vestido de paisano. Éste se dirigía vertiginosamente al parque central, las extremidades superiores en semicírculo, y elpaso de marcha de fondo. Las sirenas sonaban a lo lejos. Las excavadoras que agujereaban la ciudad también. Ante la mirada atónita y curiosa de los cientos de personas que le seguían, se encaminó cada vez más seguro por el bulevar principal del parque. Los que paseaban por allí pensaron que era una maratón y algunos de ellos se unieron. Nadie supo cuál era la meta de aquel abrazo hasta que éste aminoró el ritmo y con una expresión de plena felicidad, quedaron encajados sus brazos en el tronco del roble más longevo.

¿Cuántas coladas de ropa blanca tendidas al sol me quieres?

¿Cuántas coladas de ropa blanca tendidas al sol me quieres?
¿Cuántos largos buceando en la piscina olímpica?
En el fondo pensando en tu forma
Yo te quiero todas estas piedras en el río
Pienso en ti y no hago pie
¿Cuántas margaritas? ¿cuántos padrenuestros?
¿Cuántas hojas? ¿Cuántas conchas en la orilla me quieres?
¿Cuántos espejos? ¿Cuántas vueltas en la cama?
¿Cuántos racimos de uvas? ¿Cuántas máscaras?
¿Cuántas naranjas? ¿Cuántas habitaciones de hotel?
¿Cuántos destellos de neón? ¿Cuántos taxis?
¿Cuántas azoteas?
¿Cuántas malas hierbas arrancadas del jardín? ¿Cuántos
guisantes? ¿Cuántas botellas de agua fría? ¿Cuántas
canas me quieres?
En el fondo pensando en tu forma
¿Cuántos loopings en la montaña rusa? ¿Cuántas pipas
en el banco? ¿Cuántos marcapáginas?
Yo te quiero todas estas arrugas en el jersey.
¿Cuánto confeti me quieres?




☄️🔭



La cápsula nupcial iba tan rápido que los lazos blancos y azul celestial atados a los motores volaban rectos como lanzas. Aura, la mona domesticada, mano derecha del jefe promotor de la agencia de viajes, conducía la pequeña nave mientras comía dátiles de un bote que flotaba en la cabina. Mi mujer iba leyendo una antología de Alejandra Pizarnick. La veía tan concentrada que sentía envidia de no ser poeta para hipnotizar tanto su atención. “Grandes Escritoras Universales”, rezaba la portada. Nuestro destino era una de las lunas de Saturno. De súbito, Aura dejó de masticar como un caballo hambriento y un silencio atronador vació por completo la cápsula. Eso no era una buena señal , siempre era tranquilizador escuchar de fondo los ruidos del fuselaje al rozarse y hasta hace un instante, la monotonía del sonido de las hojas de poemas al pasar. Para enfrentar ese silencio supersónico, se interpretó en directo desde la tierra, “Una barca sobre el océano” de Ravel, por el pianista que habíamos contratado para amenizar el viaje. Pero intuí que ese sería la banda sonora para el fin: de la luna de miel, de la cápsula, de mi matrimonio. -Suba más el volumen- dijo Clara. Parecía no percatarse de la gravedad, del problema. Sentía que la situación iba a peor, acrecentado por la pasividad de mis co-tripulantes. Un tubo transparente lleno de un líquido viscoso e incoloro atravesó lentamente  el cristal que nos separaba de la cabina donde  Aura pilotaba. –Cariño, ¿ves este tubo?, -Sí, cielo-. Aparecieron dos líneas de gelatina roja flotando dentro del líquido como en una lámpara de lava. La televisión de pantalla plana en la que hasta ahora se proyectaba un documental sobre gorilas, quedó en blanco y ya no supe con qué preocupación ponerme más nerviso. A lo lejos Saturno mostraba sus anillos. La pantalla mostró una ecografía.  –Éste es Alejandro.

🔴🔴🔴

Estando en el Infierno me dijeron: - te hemos comprado un billete para el cielo. No te podemos tener más aquí. Has sido seleccionado por concurso-oposición a dedo. Yo no me había presentado a nada. Simplemente llevaba siglos jugando al póker en el tasca, pasando desapercibido entre el humo. –No queremos gente con una maldad y una perversidad tan impostada, queremos malos reales. Suponía eso separarme de mi mejor amigo, Oliver. Era un chico brasileño de las favelas, dormíamos en el mismo colchón de pinchos. – Quiero ver a Satán personalmente. – No es posible. Está supervisando la producción de una película de Lars Von Trier. Tomé el billete. –Eres bueno, se te ve en los ojos, ese ha sido tu problema. Durante los últimos años había estado maquillándome con kohl. Me ponía una máscara de ceniza todas las noches. La puerta del Infierno se abrió para mí, era una reproducción de una Puerta de Babilonia. Oliver se acercó y me regaló su tridente como recuerdo, dedicado a fuego. No quise recoger mis cosas. No tenía apenas . En la puerta de embarque a la cápsula que me llevaría al cielo, los primates que hacían de azafatos me dieron una bolsa con todo lo que necesitaría en mi destino: un halo, una espada, papel, boli y un antialérgico para las flores del paraíso. 🔴🔴🔴

🦇🌈🦇 (desierto)

Dentro del coche la luz era infrarroja. Alberto llevaba unas gafas moradas. Fuera, el desierto propinaba golpes de viento amarillos contra los cristales. El cielo era azul o negro. No había estrellas plateadas. Nos dirigíamos a un oasis dorado. No estaba acostumbrado a ir de copiloto en el Audi Q8 naranja, pero Alberto se puso púpura de furia al proponerle lo contrario. Reía, reíamos. Eran verdes nuestras risas. Al bajar del coche, advertimos sombras marrones: los coyotes se reunían alrededor del oasis. Bebimos junto a ellos el agua violeta. Comimos escorpiones grises que Alberto capturó. Todo era de un romanticismo carmesí. Quería a Alberto como la mezcla del blanco y el rojo. Sacó una rosa fucsia, era preciosa, estaba llena de espinas enormes como colmillos. Montamos de nuevo en el coche y atravesamos el desierto a setecientos kilómetros por hora mientras amanecía. El cielo era turquesa, el sol, ámbar. Atajamos a través del agujero de gusano que nos llevaría directamente hasta el subsuelo de la Plaza de Notre Dame.


🦇💉 (dentista)

De primeras la recepcionista me pareció atractiva. El color morado de su uniforme me pareció un acierto. - Tengo cita a las once. Me miró a los ojos y se disculpó para atender una llamada. Era también yo. Le comenté que en el caso de que no estuviera ocupada quería hacerle algunas preguntas. Me respondió que estaba atendiendo a alguien en recepción pero que tomaría mi teléfono. - No es necesario- le dije, a la vez, de pie, y en silencio. - Este estúpido me ha colgado. Pase a la sala, por favor. 

El doctor me sentó en una silla reclinable. Me sentí Frankenstein. Mientras hurgaba en mi boca decidí llamar mentalmente de nuevo a la auxiliar. Comunicaba. Lo volví a intentar. Respondió. Ordené a los dos lobos que esperaban fuera que se acercaran a la puerta para que los pudiera ver. Gritó. El doctor patinó despavorido hacia la recepción mientras yo me abandoné en horizontal estrujando la bola antiestrés que me había prestado.

La hora del té 🍸🦇

La hora del té se convirtió en la hora del Bloody Mary. No pude contenerme. Me avalancé sobre su cuello. Pensó simplemente que iba a acariciárselo con los labios, pero el vaso de vodka se tambaleó tanto en su mano que el líquido transparente salpicó mi cara justo en el momento en que le mordía. Sabía que no era virgen. Lo acabábamos de hacer. Sabía que le sorprendería aquella violencia. Lo habíamos hecho al ritmo de una barca a la deriva. Se quedó helado. Parecía estar mordiendo un trozo de carne de pingüino. Escupí en la coctelera. El camarero al verme se acercó a preguntar a pesar de que la propina ya estaba incluida. Alberto estaba pálido, estaba guapísimo. Como hipnotizado miró al camarero que estaba pensando si éramos pareja o hermanos o las dos cosas. Tuvo que darse cuenta de que le estaba leyendo la mente porque le obligué a pensar que nos haría un cincuenta por ciento de descuento.

(cocina) 🍌

Me lanzó una bola de helado a la cabeza como si fuese una bola de nieve. No entendía ese comportamiento. Ni siquiera había tanto helado como para hacer de mí un muñeco. Era su manera irreverente de hacerme reaccionar.
- Deja de comer remolachas. ¿No ves como te estás poniendo? ¿por qué te has vestido de negro? ¿te parece normal llevar las gafas de sol puestas? Estás palido ¿Te encuentras bien? No parece que esos panes de ajo te hayan sentado bien, ¿no habrás vuelto a echar los restos al los rottweiler de lo vecinos? No paran de aullar. Que sepas que el otro día Violeta me dijo que le propusiste que fuéramos al cementerio a pasar el día ¿por qué si no tienes a nadie enterrado allí? Si fuese en el pueblo lo entendería. Llevas unos días muy extraño. Que sepas que encontré debajo de la cama restos de lo que parecía ser un bolso de cuero despedazado, ¿no será de otro no? ¿por qué hueles así, tan mal?, si no pensaría que ese olor viene del perfume de otra persona, y ¿qué interés tiene esas guías sobre Rumanía? ¿qué se te ha perdido allí? Dijimos que pasaríamos las vacaciones en Las Palmas. Has destrozado siete cepillos de dientes en una semana.
Alberto me tiró otra bola de helado.



🦇🦇🦇🦇🍭🍭🍭 (sopa)

Mantenía dentro de una caja de zapatos a varios murciélagos bebé. Al haberlos visto caídos bajo el árbol como galletitas andantes, no pude resistir la compasión hacia mis compañeros e hice unos agujeros en la caja mientras tanto. Había quedado con Amanda en que vendría a verme a casa y no estaba dispuesto a que los descubriese. Le parecería raro algo que a mí me enternecía como una mascota más. Absorto en mis pensamientos pisé sin querer la caja, y aturdido, los cogí con mis manos y los metí en la sopera de porcelana. Sonó el timbre. Era Amanda. Los murciélagos bebé gritaban, intentaban escalar el interior de la pieza resbalando y los ultrasonidos que emitían eran insoportables. Mentí a Amanda, le dije que lo que escuchaba era mi estómago. Era febrero, hacia frío y quiso prepararme una sopa de tomate. 

*

Realmente me di cuenta de que no se encontraba bien de la cabeza cuando me dijo que su objetivo en la vida era convertirse en un actor reputado de Hollywood. Zeta no era actor, ni siquiera había asistido a clases de interpretación. Tenía talento natural para mentir, eso sí y de que la gente se apiadara de él al ser conscientes de que mentía. - "El sueño americano", reía. En esos momentos que compartíamos una vez a la semana siempre me sentía como un adolescente. - Ganar un Óscar, se ponía serio. Cogió la cerveza como si fuera una de las estatuillas de oro. Yo fumaba y asentía. - Para empezar sólo es necesario tener contactos allí, ¿Conoces a alguien allí? Le respondí que sí porque quería continuar con su mentira. - Tengo una prima del pueblo que trabaja allí como camarera. - Si reuniésemos el dinero suficiente para los billetes de avión... Si continuásemos pidiendo, en dos años tendríamos uno de ellos... El sol caía detrás de la colina. Una valla publicitaria en forma de toro adornaba la ladera. - Me duele la cabeza. Me giré hacia un lado y nos arropados con sábanas de cartón.
Mientras me echaba una siesta a la luz de dos velones púrpuras, Amanda me llamó por teléfono para proponerme ir al cine. - No sueles hablar mucho y eso me atrae. Pasa a recogerme por mi casa sobre las seis. Estoy segura de que la película te gustará, a nadie le gusta... Colgé. Tuve que chupar la sangre de una de las ratas que mantenía en una jaula por los nervios. Eran las cinco. No sabía que ponerme. Salí del armario habiendo elegido una camisa de chorreras. Continuaba siendo verano, y el maligno sol me esperaba fuera. Nadie lo vería, pero llevaba una capa. Antes de salir me despedí de mis dos husky siberianos y los dejé enganchados a la tele viendo un documental sobre los Cárpatos. La casa de Amanda estaba realmente cerca o al menos realicé el trayecto de forma tan rápida que pareciese que me había transformado en humo arrastrado por el viento. Subí hasta el sexto piso volando, lo achaqué a mi esfuerzo los últimos días en el gimnasio. Al ver a Amanda en el quicio de la puerta esperándome se me pusieron los ojos amarillos. - ¿Te encuentras bien? Amanda llevaba las uñas de los pies pintadas, un vestido muy corto y una gargantilla en la que colgaba una cruz dorada. Caminamos juntos hacia el cine, yo siempre mirando hacia el suelo, ella no paraba de hablar. Yo sólo deseaba pornerme una palomita de maiz en cada diente. Pero en un momento dado, me agarró de la mano y me arrastró hasta lo que parecía ser un centro cultural. Después de atravesar varios pasillos de paredes blancas, nos sentamos en medio de la sala que ya estaba a oscuras y cuando pensé que por fin podría reposar y disfrutar de la película aparecieron los títulos de crédito: "Sobre la vida de San Francisco de Asís".





(piscina) 🦇🌊

Estaba bañándome en la piscina. Era domingo. El sol caía bajo. El agua no era un elemento ni un líquido que me emocionase. El color rojo del bikini de Amanda me llamaba más la atención. Pasaba la mayor parte del tiempo sentado al borde del trampolín, hasta que decidía saltar y volver a él. Observaba al resto con vista de pájaro. Desde allí podía ver los loopings de las montañas rusas del parque de atracciones. Mi bañador era negro. Yo pedía al que ejercía de camarero bloodymarys y sangría. Amanda era de Rumanía. Los colmillos me dolían. Jugamos a encontrar monedas bajo la profundidad. Me dispuse a ponerme primero el esnórquel. Los colmillos me latían. Amanda se lanzó en bomba. La visión fue de bruma, de niebla en el bosque. Lancé el esnórquel al bordillo. Divisé el bikini rojo de Amanda como una mancha de sangre sobre leche. Me sentí esperanzado. Me dirigí hacia ella. Sus piernas no paraban de moverse como las de una rana. Después de un largo buceando, el sonido sordo a todo volumen me retaba. Tuve la imperiosa necesidad de morder a alguien en las muñecas. Tuve que enganchar mi boca a uno de los flotadores. Salí de la piscina empapado y reposando a mi lado estaba la colchoneta en forma de cocodrilo. Amanda reía bajo el agua.

Gatos

Tus ojos amarillos vienen a
decirme: no eres tan brujo.
*
te horripila mi cara-
hermoso gato bufando-
labios carmesí besando
tu cerebro aterciopelado-
me odias y lo entiendo-
porque yo también necesito ser
acariciado.
*
con tus navajas suizas avanzas
por montañas de carne y hueso-
mi cuerpo masajeado como uvas
en septiembre.
*
tu peso de iceberg gris sobre el vino
caliente en mi estómago.
*
no merezco ser tan egipcio-
mis orejas son de buda-
las tuyas pirámides de gelatina-
nieve de pelos sobre silencio
de sarcófago.

Hamlet shore 💀

Ofelia me está esperando en la piscina del hotel. La estoy observando desde el noveno piso del conglomerado de apartamentos. Se está haciendo la muerta, flotando con su biquini de estampado de nenúfares. Mi tío nos ha mandado aquí unos días de vacaciones. Pero algo podrido huele desde el chiringuito instalado al lado de las tumbonas. Dudo sobre qué ingrediente secreto estarán echando a los combinados. Horacio se encuentra indispuesto en la habitación número 23. Laertes me retó a hacer balconing y me lo tomé como una forma de envenenamiento. Yo he comprado mi propia cerveza, pero al abrir la nevera absorto en mis pensamientos se me apareció mi padre en forma de espíritu reprochándome por qué no estaba en el castillo defendiéndolo de la invasión. Cerré la nevera. Reparé en que alguien se encontraba detrás de las cortinas. Me di cuenta porque sobresalían unas sandalias con calcetines. Me dirigí hacia ella con sigilo y resultó ser Polonio, diciendo que no sabía cómo había llegado allí, que no recordaba nada. Tuve que matarle de un golpe con el cráneo que llevaba siempre conmigo en la maleta. Las mallas empezaban a apretarme, y no me veía muy favorecido con aquella camiseta del mapa de Palma de Mallorca. Soy un príncipe y tengo a un centinela siempre guardando mi ropa de baño secándose, le pedí que se retirara. El comentarista del Tour de Francia me hacía de soliloquio. Por fin sentí que me quedaba solo: comerme y beberme lo que hay en el minibar, esa es la cuestión.
No quería desnudarme. No tenía nada de lo que arrepentirme, pero no quería desnudarme. Pero el pudor se marchaba progresivamente con cada sorbo de champán, saludándome con un pañuelo blanco ondeante. Sentado en una banco de madera de pino letón, observaba al resto. Estábamos en una cabaña, todos ellos y ellas merodeaban, charlaban en silencio, se sumergían en la piscina. Estaba preciosamente iluminada. Yo no quería desnudarme. Vincas se paseaba por cada esquina. Era pintor. Me había mostrado antes, durante la cena algunas fotos de sus cuadros de bodegones: granadas, rábanos, flores. Sus tirabuzones de rabino chorreaban y se alisaban por el peso del agua. Decidí desnudarme y meterme, sólo por la mera curiosidad de cómo se proyectaría la luz de la piscina sobre mi cuerpo buceando. Rápidamente me metí en la sauna. Yo no quería adelgazar, no quería quemar grasas. La sauna era como una piscina de bolas en el infierno. A los cinco minutos me fue insoportable soportar el calor. Volví al salón de la piscina. Algunos comían canapés. Bebí otra copa de champán. Me sumergí de nuevo en la piscina. El agua estaba fresca. Goteábamos. Me puse de nuevo el bañador. Vincas se acercó a mí y me dijo - Afuera está nevando, el lago está helado. Salgamos. Ya sé por qué a Vincas no le costaba ligar. Le acompañé andando con las rodillas juntas. El frío calaba mis pulmones a cada inspiración. Abrimos la puerta de la cabaña y allí estaba. Un hermoso gato negro revolcándose sobre la nieve.

Pino Vudú

Me sentía como Donnie Darko. El plan era buscar un abeto o un pino por el bosque para decorarlo en casa. Hubo debate para sólo coger un esqueje y poder luego trasplantarlo. Pera las bolas de plástico pesarían demasiado. Tuvieron que prestarme unas botas para pasear por el campo. Yo llevaba unas deportivas, pero ya había sido mucho conseguir haber llegado a esa aldea sin haber acabado profundamente mareado en la carretera. Tantas curvas como árboles. Tantos árboles como nubes. Recogimos algunos pedazos de musgo. Sabíamos que era algo prohibido, pero en aquel bosque sólo había pastores. Me sentía como un gánster del musgo. Me relajaba verles explorar a cada uno por su lado, como si no fuésemos juntos, como si estuviésemos solos. Reconozco que hubiera preferido quedarme a tomar vino con Aleixandre, mientras esperaba al párroco. Cuando éste hubiese llegado, simplemente me hubiera camuflado con el periódico, y me hubiera puesto en los auriculares la Heroica de Beethoven. Me quedé con la curiosidad de saber qué tenía que decirle. Hubiese desconectado el volumen de los auriculares. Pero allí estábamos. Había muchos naranjos; naranjas como planetas que giraban en un sistema solar verde de copa de árbol. Un perro pastor se acercó a mí, lo acaricié. Había abandonado a su rebaño un segundo, lo agradecí. Imagino que quería que me uniese. Era feliz en el campo. La casa del pastor era pequeña, lúgubre. Volvimos a la aldea. Los perros y los niños allí estaban bajo mínimos. Cargamos con el pino joven, debía tener mi edad. Era de mi altura. Tenía mi mismo corte de pelo. Al llegar a casa todos ayudaron a vestirlo. Yo me senté en una silla baja al lado del fuego. Observé como improvisaban. Comenzaron a pesarme las orejas y la nariz. Sentí algunos latigazos en la espalda. Mi melena comenzó a erizarse en forma de estrella. Sentía empantanados de humedad los pies. Presión de lazos en los dedos de las manos. En la entrepierna la carga de todos los regalos de una familia numerosa.