Me lanzó una bola de helado a la cabeza como si fuese una bola de nieve. No entendía ese comportamiento. Ni siquiera había tanto helado como para hacer de mí un muñeco. Era su manera irreverente de hacerme reaccionar.
- Deja de comer remolachas. ¿No ves como te estás poniendo? ¿por qué te has vestido de negro? ¿te parece normal llevar las gafas de sol puestas? Estás palido ¿Te encuentras bien? No parece que esos panes de ajo te hayan sentado bien, ¿no habrás vuelto a echar los restos al los rottweiler de lo vecinos? No paran de aullar. Que sepas que el otro día Violeta me dijo que le propusiste que fuéramos al cementerio a pasar el día ¿por qué si no tienes a nadie enterrado allí? Si fuese en el pueblo lo entendería. Llevas unos días muy extraño. Que sepas que encontré debajo de la cama restos de lo que parecía ser un bolso de cuero despedazado, ¿no será de otro no? ¿por qué hueles así, tan mal?, si no pensaría que ese olor viene del perfume de otra persona, y ¿qué interés tiene esas guías sobre Rumanía? ¿qué se te ha perdido allí? Dijimos que pasaríamos las vacaciones en Las Palmas. Has destrozado siete cepillos de dientes en una semana.
Alberto me tiró otra bola de helado.
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