«YO OS DECLARO MARIDO Y EDIFICIO»

Estoy enamorado de un edificio. No es que me guste sólo arquitectónicamente, si no que también de forma sentimental, es decir, me gustaría llevármelo al cine y agarrarle de la mano. No cabría en un cine, es una mole, pero lo veo cada mañana, lo puedo ver desde la ventana. Es mi vecino de enfrente. Le guiño el ojo pero sigue impertérrito sin devolverme el guiño. Paso por debajo y lo venero. Es perfecto para mí, lo que siempre he buscado: está cuadrado, parece inteligente, sus ventanas están abiertas, tiene una azotea amueblada. Puedo ver que se relaciona con mucha gente, ejecutivos sobre todo pero yo soy otra cosa, los polos apuestos se atraen. Quiero casarme con un edificio, y tener hijos, un coche y un perro. Es tan elegante en su hall de entrada, tan bien iluminado durante la noche. Es un poco mayor que yo, veinte años por lo menos. Sus padres son dos hombres, dos arquitectos. Me gusta que venga de una familia progresista. No sé cómo decírselo. Cómo declararme. Quizás gritarle mi amor con un magnetófono, o meter en todos sus buzones cartas de amor. Si tuviéramos hijos supongo que tendríamos un pequeño estudio bohemio de vigas industriales. Si tuviera que declararme, me asomaría al exterior desde alguna de sus ventanas como en Romeo y Julieta con la diferencia de que Romeo sería la propia ventana en la que me asomaba. Habrá gente que esté enamorada de su teléfono móvil, de su bicicleta, de su coche, de sus zapatos, de su monitor de gym, pero yo lo estoy de un edificio y no quiero hacerle daño provocando un terremoto de tanta pasión.

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