Sólo veo perros negros

Sólo veo perros negros Salí a dar un paseo hasta las Torres Kio. Una vuelta al ruedo por el barrio de rascacielos, y sólo veía a dueños paseando a sus perros negros. Quizás los perros negros paseaban a sus dueños. Quizás los dueños eran negros. Quizás me paseaban a mí. Ese triángulo de acompañamiento cada vez que los veía paseaban mis sueños. Sólo quería acariciarles (a los tres, a los cuatro, a los cinco). Quizás yo era mi propio perro negro. Quizás yo era mi propio dueño. Quizás yo era mi propio negro, literario. En ese paseo nocturno, en aquella noche negra de enero, sólo veía perros negros. No eché de menos ver perros blancos. Me puse tan nervioso que estuve tentado de mear en la plaza de Juan Gris, para marcar territorio. ¿Pero éramos esbirros de quién? Dios es negro. Dios es un perro. Dios es un perro negro. Los copos de agua-nieve incomodaban.

Hollywood

Cuando aquella tarde quedé con Pedro, lo primero que me dijo, gritando casi a distancia, después de susurrar "hola" fue: quiero ser actor de Hollywood. Mis cejas hablaron por sí mismas: no sólo deseaba ser actor, sino "de Hollywood". Ahí me di cuenta de que Pedro sufría un leve delirio de grandeza o simplemente una ilusión desmedida que no debería juzgar. -Yo siempre te apoyaré en todo. Para mí Pedro era guapo. Me recordaba a Marlon Brando en un Tranvía. -Es algo muy difícil, pero si crees fuertemente en ello, el proceso será de por sí un triunfo. Sentía que deseaba ser famoso, daba igual la disciplina, al mismo nivel que podría serlo, por ejemplo, un psycokiller. Al ser de mi edad y musculoso, le comenté que daría el perfil para secundario en películas de acción. -¿Cómo que secundario?, ¿Qué eres director de casting? -Sólo quería ser amable. Nos dirigimos a la casa de sus padres (vacía de muebles, sólo un sofá desvencijado, unas matrioskas sobre el televisor y una alfombra turca inmensa). -Siéntate. Lo hice sobre la alfombra. Trajo dos cervezas y dos cojines y nos tumbamos como dos Aladines. Empuñó el mando a distancia como un puñal. - Quiero ver Zombieland. Es una comedia sobre zombies. -Pedro, no te veo como zombie, eres demasiado atractivo. -¿Qué eres, también maquillador?. -No. Si te dieran el Oscar, a quién se lo dedicarías? -Juan, te lo dedicaría a ti.
Recuerdo perfectamente cuando tenía buena memoria. Siempre ganaba al Trivial Pursuit. Me convertí en la agenda personal de mi padre. Conseguía recitar de un tirón todos los poemas de las antologías de varios poetas, incluido Ezra Pound. Evocaba con el ritmo de una catarata la lista de las mil y una películas que había que ver antes de morir de Taschen. No necesitaba tirarle la antigua guía telefónica a nadie a causa de una pelea, se la declamaba. Recuerdo perfectamente que a veces utilizaba mi memoria para ligar. No era tanto el interés hacia la otra persona sino la demostración de una retención que resultaba sexy. Si alguien mentía, le hacía una fotografía visual del argumento que lo contradecía. La gente se divertía, yo siempre tenía en la cabeza un repertorio de sinónimos y antónimos. Y de insultos. A cambio de material de pintura, mis conocidos me retaban a estudiar tochos de las materias más aburridas. Incluida por qué las pulgas de los perros saltan más que las de los gatos. Lo que no recuerdo es como dejé de tener buena memoria.