Sólo veo perros negros

Sólo veo perros negros Salí a dar un paseo hasta las Torres Kio. Una vuelta al ruedo por el barrio de rascacielos, y sólo veía a dueños paseando a sus perros negros. Quizás los perros negros paseaban a sus dueños. Quizás los dueños eran negros. Quizás me paseaban a mí. Ese triángulo de acompañamiento cada vez que los veía paseaban mis sueños. Sólo quería acariciarles (a los tres, a los cuatro, a los cinco). Quizás yo era mi propio perro negro. Quizás yo era mi propio dueño. Quizás yo era mi propio negro, literario. En ese paseo nocturno, en aquella noche negra de enero, sólo veía perros negros. No eché de menos ver perros blancos. Me puse tan nervioso que estuve tentado de mear en la plaza de Juan Gris, para marcar territorio. ¿Pero éramos esbirros de quién? Dios es negro. Dios es un perro. Dios es un perro negro. Los copos de agua-nieve incomodaban.

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