Te quiero Laurent

Te quiero Laurent te quiero trabajo contigo y te quiero codo con codo en la caja rozamos nuestras manos cuando recogemos las monedas te quiero Laurent intento mirarte a través de todos los espejos de la sala pero no lo consigo sólo me veo a mí intentando mirarte y sólo alcanzo a ver tu cara ladeándose te quiero Laurent tienes quince años más que yo y te quiero te quiero por tus ojos cuando sonríes te quiero mucho cuando te pones serio tiemblo cuando me preguntas qué tal el día sé que tú también me quieres he visto cómo me miras he visto cómo me ayudas más que a nadie a hacer bien las cuentas a aplicar bien los porcientos a pegar las etiquetas te quiero Laurent te quiero quiero besarte se me salta el corazón cuando nos cruzamos en los pasillos me gusta mucho tu jersey gris quiero quitártelo te quiero Laurent tus gafas son como las mías todo esto pienso las ocho horas te quiero Laurent estoy harto de que sólo nos una esta máquina registradora.

París, 13/01/2015.

Estás triste


Estás triste tus gafas de Chanel llaman más la atención que tus lágrimas las pulseras de oro decoran tus venas hinchadas por el esfuerzo de cargar bolsas y bolsas no puedes andar con esos tacones los has manchado de sangre todo el mundo te mira pero tú te sientes una basura la seda te acaricia las cicatrices el visón te abriga de una ciudad fría eres una indigente de los centros comerciales de lujo pero los dependientes no son tus amigos te pruebas todas las tallas para pasar un poco de tiempo sentada a espera de que pase y algo nuevo te acaricie no estás nunca satisfecha tus amantes más jóvenes sólo te quieren por tu dinero pero tú tienes la dignidad de los viejos tiempos eso es bonito pero cuando mueras tu armario será también una tumba

París, 17/01/2015

Desde que ocurrió

Desde que ocurrió hace sólo unos días no he podido recuperarme del todo. Sólo un ir de un lado para otro tambaleándome. Aunque en el fondo sabía que no supondría nada cuando pasara algún tiempo. Simplemente continuaba sin saber por qué. El tiempo no era suficiente. Todos los consejos se quedaban en nada. Mis padres, mis hermanos, mis amigos, mi jefe, mis compañeros de trabajo. Pero yo no podía dejar de pensar en ello. ¿Era yo el verdadero culpable? Caminaba intentando olvidar. Veía algunas películas que me recomendaban para intentar superarlo. ¿Por qué era diferente? ¿por qué tantos porqués y ninguna respuesta? El resto de mis problemas eran absorvidos. Conseguía llevar una vida normal. Dormía y soñaba cosas de todo tipo. Pasaba el tiempo en lugares comunes. Iba al teatro. Pero a veces volvía a mí de tal forma y con tal fuerza que no podía más que admitir que era algo humano, demasiado humano. Pero ¿por qué yo? Sin embargo, lo que me ocurrió me hacía parecer más atractivo a los ojos de mis amigos, de mis padres, de mis hermanos, de mi jefe y de mis compañeros de trabajo. Eso me hacía sentir seguro dentro del desastre. Parecía llevarlo siempre encima como un tatuaje. ¿No os parece bella la forma de champiñon de la bomba atómica? Desnudo lo notaba más, me sentía enrarecido cuando lo pensaba. Si me preguntaban, nunca mentía, siempre decía la verdad aunque me costase. Es cierto, que, en ocasiones, inventaba historias para justificarme o le pedía a quién me acompañaba que la contara en mi lugar. Mis padres no se avergonzaban delante de sus amigos, al contrario, me acariciaban el pelo y sonreían. Eso me ponía de los nervios. Quería acabar con lo que me ocurrió ese catorce de abril y que sigo arrastrando y reflejando en todo lo que hago: desde cuando meto los platos en el lavavajillas o escribo. Ese algo que ocurrió eres tú.

Pelea

Pelea. Unidireccional, porque yo me negué a intentar tocar al que me agredía, porque mirando a sus ojos verdes fijamente, llenos de cólera y rabia reprimida, preferí convertirme en un muñeco de plástico fácil de zarandear a intentar defenderme un poco y avivar más aún las ganas de mi contrincante.
Yo tenía la culpa. La culpa había sido mía. No sabía lo que hacía. Éste, me cogió por el pescuezo como si fuese una gallina a la que van a cocinar. Mi jersey era caro, y retocía tan fuerte mi pecho o mejor dicho el jersey que se ajustaba a mi pecho que comenzó a deshilacharse. Lo siento, lo siento mucho- repetía yo.
Sus ojos verdes y abiertos de ira se llenaban de sangre. Él estaba disfrutando mientras se imponía a mí. Durante unos minutos, no lo sé con seguridad, porque en esos momentos de tensión el tiempo es más relativo aún, mi espacio fue la puerta blanca de una cochera, y cada vez que me empujaba contra ella, un sonido metálico surgía estridente y llegó a relajarme, pues sus empujones empezaban casi a componer una melodía.