Juan Dando ha muerto. Larga vida a Juan Dando.

Juan Dando ha muerto. Sucedió a las 11:15 de la mañana del miércoles 2 de julio del año 2059, en su cama, en su pequeño cubículo en un catorceavo, lo más cerca del cielo que pudo. Murió sólo pero en paz consigo mismo y con los demás. Tenía 76 años. Una hora antes del último suspiro, su amigo César le había estado llamando por teléfono para proponerle dar un paseo y tomar un té. Pero a Juan, aturdido y concentrado en su desvanecimiento y en una respiración cada vez más lenta y punzante, le pareció imposible balbucear nada. Ya suspirado y mullido completamente, el teléfono sonó de nuevo, y el tono chirriante formó una extraña sinfonía con los papeles del escritorio que volaban por el viento que entraba por la ventana abierta. A causa de una ráfaga un poco más fuerte, la cafetera Bialetti que le servía de modelo para sus collages, cayó de lado y derramó lentamente su contenido marrón al suelo hasta formar un charco. Un gorrión entró en la escena y bebió de ese charco. Juan nunca había estado tan guapo, en calma. Volaron también gracias a esa pequeña brisa huracanada trozos de naipes, del periódico del día anterior y de postales de la ciudad de Lisboa. El teléfono quedó mudo y al segundo César volvió a insistir. Juan había diseñado su última cafetera sobre un mapa de Madrid. Quizás fuese la número mil. De repente, entre el silencio, "algo" encendió la radio que era ya más que una reliquia, y sonó el lamento de Billie Holiday. Los calcetines secos de la colada pendiente empezaron a emparejarse solos, y las piezas del joyero (collares, anillos) estaban siendo distribuidas por el suelo como un caminito de migas de oro. Cuando con la ayuda del portero del edificio César abrió la puerta y llegó al estudio, la temperatura bajó de golpe y sintió un abrazo. Observó como comenzaba a lloviznar en el exterior y un gran arcoiris cruzar el horizonte. César arropó dulcemente a su amigo y quedó revolviendo también dulcemente los cajones donde Juan guardaba sus escritos y dibujos, y mirando de vez en cuando a ese arcoiris que iba diluyéndose gradualmente, ese algo, el otro Juan, tomó el ascensor y no se vio reflejado en el espejo. Tranquilo, bajó a la calle sonriéndole a todos y cada uno con los que se cruzaba, a todos a los que atravesaba sin chocar. Por fin, siendo consciente de su nuevo estado, estado de invisibilidad, tuvo la tentación de lo evidente: ir al centro comercial. Pero lo inservible de la situación fantasmal invitaba a otra cosa. Visitar a los que le quedaba cosas pendientes por decir, quizás bromear con otros dentro de sus sueños y ver amanecer eternamente mientras bailaba en espíritu por los tejados. Juan Dando fue incinerado y sus cenizas esparcidas junto a un castaño de indias en el Parque Atenas de Madrid.

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