Mi cuervo trans 🖤🩷

Tengo un cuervo en casa que se llama Paco. Suele posarse encima de la televisión. Él me hace de flamenca. Paco pasa de la televisión a guarecerse detrás del joyero que compré en Praga para enjoyarse en la intimidad. Le encanta. El vecino de enfrente lo saluda cada vez con más frecuencia a través de la ventana y lo llama Cristina. Al cuervo parece darle igual, ya que le proporciona comida, pero se pone nervioso. La verdad duele y te abre los ojos y en su caso, también le divierte. Paco bebe agua en pajita, y ha aprendido a encenderme los cigarrillos vogue y a traerme las pantuflas. Venera mi póster de Marlene Dietrich. Grazna sólo cuando tiene algo importante que decir. Nunca sé lo que es. Pero parece estar feliz a mi lado. Nunca tendrá celos de un agaporni. Ve los documentales de National Geographic con indignación. Se emociona al ver la Catedral de Notre Dame y las películas de Hitchcock. Cuando llego tarde a casa, me espera con un vaso de leche caliente y me da masajes en los pies con el pico. Pinté las paredes de negro, rosa y oro sólo para agradarle. El vecino insiste en llamarle Cristina. Él continúa yendo a su ventana para comer más. Se siente cómodo. Los anillos y las cadenas del vecino deben valer y pesar más que mi cariño, pensé. Pero también vi ofrecerle un gran neceser. Es cierto que dentro de mi joyero ya sólo queda un reloj de bolsillo y unas pulseras de cuero que compré en Tarifa. No es un gran botín. Pero nunca le regaño cuando se come de una tacada todos los granos de maíz para palomitas cuando revisamos Moulin Rouge. Un día, Paco, desapareció durante veinticuatro horas. Intuía donde podía encontrarse. Respeto y respetaré siempre que descubriera su verdadera identidad, sintiéndose plena y en paz llamándose Cristina.

Visión de un gato

He visto a un gato meneando tranquilamente su cola por el Paseo de la Castellana. Parecía un sheriff. Miraba hacia un lado y hacia el otro, hacia la diosa Cibeles y hacia el fantasma de la Casa de América, ajeno a los ojos de los viandantes que saltaban como huevos fritos al verle. Brillaba más que los BMWs. Era más elegante que los collares de perlas que sudaban los cuellos. Las palomas se abrían a su paso como un Moisés felino. Quizás andaba buscando a alguna damisela persa de salón de té presa en una caja de oro. Parecía un rey, ese gato callejero, ausente de tejados, pisando el alquitrán, cruzado de amor y amor y de sexo y sexo.