Mientras me echaba una siesta a la luz de dos velones púrpuras, Amanda me llamó por teléfono para proponerme ir al cine. - No sueles hablar mucho y eso me atrae. Pasa a recogerme por mi casa sobre las seis. Estoy segura de que la película te gustará, a nadie le gusta... Colgé. Tuve que chupar la sangre de una de las ratas que mantenía en una jaula por los nervios. Eran las cinco. No sabía que ponerme. Salí del armario habiendo elegido una camisa de chorreras. Continuaba siendo verano, y el maligno sol me esperaba fuera. Nadie lo vería, pero llevaba una capa. Antes de salir me despedí de mis dos husky siberianos y los dejé enganchados a la tele viendo un documental sobre los Cárpatos. La casa de Amanda estaba realmente cerca o al menos realicé el trayecto de forma tan rápida que pareciese que me había transformado en humo arrastrado por el viento. Subí hasta el sexto piso volando, lo achaqué a mi esfuerzo los últimos días en el gimnasio. Al ver a Amanda en el quicio de la puerta esperándome se me pusieron los ojos amarillos. - ¿Te encuentras bien? Amanda llevaba las uñas de los pies pintadas, un vestido muy corto y una gargantilla en la que colgaba una cruz dorada. Caminamos juntos hacia el cine, yo siempre mirando hacia el suelo, ella no paraba de hablar. Yo sólo deseaba pornerme una palomita de maiz en cada diente. Pero en un momento dado, me agarró de la mano y me arrastró hasta lo que parecía ser un centro cultural. Después de atravesar varios pasillos de paredes blancas, nos sentamos en medio de la sala que ya estaba a oscuras y cuando pensé que por fin podría reposar y disfrutar de la película aparecieron los títulos de crédito: "Sobre la vida de San Francisco de Asís".





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