Pino Vudú

Me sentía como Donnie Darko. El plan era buscar un abeto o un pino por el bosque para decorarlo en casa. Hubo debate para sólo coger un esqueje y poder luego trasplantarlo. Pera las bolas de plástico pesarían demasiado. Tuvieron que prestarme unas botas para pasear por el campo. Yo llevaba unas deportivas, pero ya había sido mucho conseguir haber llegado a esa aldea sin haber acabado profundamente mareado en la carretera. Tantas curvas como árboles. Tantos árboles como nubes. Recogimos algunos pedazos de musgo. Sabíamos que era algo prohibido, pero en aquel bosque sólo había pastores. Me sentía como un gánster del musgo. Me relajaba verles explorar a cada uno por su lado, como si no fuésemos juntos, como si estuviésemos solos. Reconozco que hubiera preferido quedarme a tomar vino con Aleixandre, mientras esperaba al párroco. Cuando éste hubiese llegado, simplemente me hubiera camuflado con el periódico, y me hubiera puesto en los auriculares la Heroica de Beethoven. Me quedé con la curiosidad de saber qué tenía que decirle. Hubiese desconectado el volumen de los auriculares. Pero allí estábamos. Había muchos naranjos; naranjas como planetas que giraban en un sistema solar verde de copa de árbol. Un perro pastor se acercó a mí, lo acaricié. Había abandonado a su rebaño un segundo, lo agradecí. Imagino que quería que me uniese. Era feliz en el campo. La casa del pastor era pequeña, lúgubre. Volvimos a la aldea. Los perros y los niños allí estaban bajo mínimos. Cargamos con el pino joven, debía tener mi edad. Era de mi altura. Tenía mi mismo corte de pelo. Al llegar a casa todos ayudaron a vestirlo. Yo me senté en una silla baja al lado del fuego. Observé como improvisaban. Comenzaron a pesarme las orejas y la nariz. Sentí algunos latigazos en la espalda. Mi melena comenzó a erizarse en forma de estrella. Sentía empantanados de humedad los pies. Presión de lazos en los dedos de las manos. En la entrepierna la carga de todos los regalos de una familia numerosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario