Quijote Gym por Juan Dando

Mi monitor de pilates es como mi profesor de literatura. Forzar los abdominales es tan divertido como leer a Cervantes. Chándal y monóculo. Sudor y lupa. Dulcineas y Sanchos a mi alrededor. Jamás un hidalgo se vio en esas posiciones, sólo Rocinante. Los bomberos que se ejercitan en la otra sala son molinos. Es muy difícil sentirse pastoril mientras suena reguetón de fondo, las ovejas huirían. El metal de la armadura cruje a cada repetición como las puertas de un castillo. Todos parecen estar concentrados en sus propias guerras. Lo que sí es una locura es intentar vencer el paso del tiempo. Las canas brotan, el bigote se eriza y la aorta palpita ante la visión del horizonte de pared de espejo. Tengo pluma, tengo papel, tengo un amor, tengo un caballo, tengo libros, tengo un escudero. Hasta llegar a la taberna del gimnasio hay pasillos donde hay fuentes de agua de instituto americano. La lanza no cabe. El estandarte me sirve de toalla. (A través de la luz de la mañana se proyecta la sombra del caballero de la triste figura atravesando el hall, más tonificado).

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