🦇🌈🦇 (desierto)

Dentro del coche la luz era infrarroja. Alberto llevaba unas gafas moradas. Fuera, el desierto propinaba golpes de viento amarillos contra los cristales. El cielo era azul o negro. No había estrellas plateadas. Nos dirigíamos a un oasis dorado. No estaba acostumbrado a ir de copiloto en el Audi Q8 naranja, pero Alberto se puso púpura de furia al proponerle lo contrario. Reía, reíamos. Eran verdes nuestras risas. Al bajar del coche, advertimos sombras marrones: los coyotes se reunían alrededor del oasis. Bebimos junto a ellos el agua violeta. Comimos escorpiones grises que Alberto capturó. Todo era de un romanticismo carmesí. Quería a Alberto como la mezcla del blanco y el rojo. Sacó una rosa fucsia, era preciosa, estaba llena de espinas enormes como colmillos. Montamos de nuevo en el coche y atravesamos el desierto a setecientos kilómetros por hora mientras amanecía. El cielo era turquesa, el sol, ámbar. Atajamos a través del agujero de gusano que nos llevaría directamente hasta el subsuelo de la Plaza de Notre Dame.


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