El pelo negro de sus cuerdas reta al silencio de sol judío.
Cuervo, el pasador y su pulsera de oro vibran.
Sorbe sangría a tragos diminutos como un pajarillo bebiendo rocío; y sus dedos son largos como afluentes en sequía.
Sus ojos, lucho con ella a navajazos.
Pobre, las monedas en los bolsillos pesan.
Amargo, los limones tiemblan y los turistas americanos cabizbajos de atardecer se cruzan naranjas.
No es de aquí, o sí, pero su embrujo como todos, viene del cielo.
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