Padre

El frío calaba como matrioskas la ropa, la piel, los huesos y el espíritu.
Los pasos se hundían como en azúcar helado hasta los talones de Aquiles.
La luz solar marcaba el límite como reloj de arena amarillento.
Tenía que llegar a tiempo.
Sangraba por la nariz del esfuerzo.
Sudaba de la tensión como si atravesase un desierto. Se formaban estalagmitas y estalactitas en mi ropa interior.
Las montañas al fondo marcaban una meta que me alegraba no tener que alcanzar.
Llegué a cuatro patas, arrastrándome como una serpiente, a la fiesta de cumpleaños de mi hijo.

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