MUSEO INTERIOR

Mientras le esperaba quieto como una escultura de Giacometti, reparé al mirar a un cielo sin nubes anti William Turner que me encontraba debajo de un almendro florecido como en el lienzo de Vincent Van Gogh. Aproveché la quietud interior para intentar poner mi mente en blanco y paliar los nervios que me producían los ladridos de "Los perros de Barcelona" de Paula Rego: cerré los ojos y visualicé fuertemente el cuadro de Kazimir Malevich "Blanco sobre blanco". Pero el esfuerzo duró poco: sin querer se mostró enseguida "Black square" del mismo autor. El tiempo se derretía. Como si yo fuera un pastorcillo de Murillo, una turista con cuello de Sandro Botticelli me preguntó por una posible cafetería abierta a esa hora de la mañana. Le señalé con mi mano al estilo pantocrátor una dirección, y la imaginé allí ya sentada a lo Hopper. Esperaba para pasar el día sumergido en la piscina. Una tarde que pintaba bien, que pintaría Hockney. Serían todo lo contrario a "Los borrachos" de Velázquez. Necesitaba una siesta a lo John Singer Sargent. La tardanza era puntillismo de Seurat que dibujaba un estómago. Por fin un coche de Vostell se acercó a mí: no había cuadro para explicar su llegada.

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