III.

Monsieur Ājar estuvo haciendo un terrible esfuerzo para no levantar el dedo meñique al sostener la taza de té, pero no lo consiguió. La casualidad salvó la falta de protocolo cuando un colibrí se posó sobre el dedo batiendo sus alas. Madame Neuville, asombrada, pensó que quería sorprenderla con el poder que ejercía sobre las aves. Monsieur Ājar no se había dado cuenta de que estaba envuelto levemente por una pátina de migas de pan, sólo visible para pájaros hambrientos. Había tenido un encuentro con la panadera hacía una hora. El loro de Madame Neuville, Pierrot, vociferaba la lista de los veinte franceses y francesas guillotinados más elegantes. Una gaviota, chocó contra la ventana, y debido al susto, las tazas vibraron y se vertieron sobre sus atuendos brocados. Hacía frío en el salón y no les importó lo más mínimo. Ājar, morado por la vergüenza y por lo rocambolesco del asunto, salió del paso interesado en leer el futuro de Madame Neuville a través de las manchas de té sobre su corsé. Simulando estar en trance, con los ojos en forma de macarons, el destino le estaba diciendo que él mismo heredaría su fortuna, puesto que las gotas en forma de cerezas así lo corroboraban. La condesa, frunciendo el ceño, le advirtió: liberaría a Pierrot de su jaula y según se comportase con él, quizás, tomaría en cuenta esa posibilidad. Al abrir la puerta de la jaula, el loro, el oráculo de plumas amarillas, rojas y azules, se abalanzó sobre Monsieur Ājar y lo colmó a besos y picotazos suaves por todo el cuerpo

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