La mejor piscina en la que he nadado ha sido dentro de la barriga de mi madre. Hace muchos largos amnióticos. Yo era barquito de carne dentro de una botella de carne. Al nacer, olas, pero por el momento esa piscina uterina, para mí siempre será, la más olímpica. No necesitaba flotador. Ni siquiera cuando mi madre se sumergía en el Mediterráneo. Luego seco, busqué siempre los bordillos de su cuello, de su nuca. Pero aquel crucero de nueve meses fue excepcional. Todo pagado. Un buffet completísimo en productos seleccionados. La hamaca de placenta era de lo más cómoda. Y las vistas, primera línea al océano de mi madre. Nunca estuve deshidratado de amor. Pero cuando saltamos juntos del trampolín hacia la vida, la barra libre de agua maternal atracó en otras islas, las de sus pechos; y nunca probé mejor cocktail que el del bar de mi madre.

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