La vecina fantasma

Vi asomada a la chica de enfrente, tan inmóvil y blanca que parecía una escultura de mármol envuelta en una pijama de ositos pero, ¿un fantasma elegiría ese estampado? Mantenía el móvil posado sobre la oreja pero no articulaba palabra. Puede que saliese a la ventana para broncearse: los rayos de sol sobre su tez me rebotaron en los ojos y me cegaron.
Retomé aturdido mis quehaceres domésticos. Las chiribitas no me dejaban emparejar los calcetines. Cuando los fuegos artificiales cesaron, volví mi mirada hacia la ventana. No daba crédito: allí estaba el pijama de ositos erguido y vacío, y el móvil suspendido en el aire. Al sorprenderme, una de las mangas me saludó amablemente y la otra dejó el móvil sobre un macetero. Se dispuso entonces el textil a tender a la vecina, o a lo que parecía ser una especie de sábana santa de la vecina. La tendió al aire, con una pinza en cada hombro, en uno de los cordeles del tendedero común que daba al patio. Sólo pude decirle: me gusta mucho esa vecina, te queda muy bien, ¿dónde la has comprado?

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