La cafetera y el gato

Ardía. El gato escapó a través de la puerta entreabierta hacia las escaleras. Bajó cinco pisos a pata, hasta el portal, hasta el portón azul. La ropa tendida mostraba la intimidad a los vecinos. Hubiera sido peor exponer otra intimidad: la de sus sentimientos. Algunos calzoncillos desgastados podrían ser perdonados, no por sus amantes. Humeaba. Las plantas de interior le regaban a él. Algunas pinchaban. Se concentraba en los rincones de los abrazos dados, en las esquinas de los pellizcos en las mejillas. Sin haberse dado cuenta del periplo, el gato regresó a la cocina con un mensaje escrito atado a su cascabel: no sufras más, el café está hecho.

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