Estaba seguro de que había matado a alguien. Lo expuso claramente, entre sueños, un poco más tarde de las tres de la madrugada. Yo estaba a su lado, en la cama, sólo rozándonos los pies y lo dijo, claramente: "He matado a alguien. Me pidieron que lo hiciera. Fue una prueba". Lo primero que sentí por él fue compasión. Le dije para tranquilizarle (él temblaba levemente como una gelatina al soplo) que si hubiese matado a alguien estaría en la cárcel. Él contestó, o su subconsciente: "es verdad". Pareció quedarse más tranquilo y comenzó a roncar como un bebé. Pensé que aunque lo hubiera hecho de verdad no cambiaría nada de lo que sentía por él. Me propuse observarle con el corazón. Lo había conocido siendo, parece ser, un supuesto asesino. Se dio la vuelta en la cama, yo lo abracé por detrás. Comencé a interrogarle aprovechando su estado de trance: ¿Quién te obligó a hacerlo?, ¿cómo lo hiciste? Él sólo continuaba temblando, repitió: "me obligaron a hacerlo". Lo que más me gustaba de él era que no era muy hablador durante el día. Lacónico. Los silencios eran cómodos. Recuerdo haber visto varias fotos enmarcadas. Una de ellas era en un circuito de tiro. Yo no quise preguntar. Yo lo quería sin información. Pero a la mañana siguiente no pude evitarlo. Al despertar, le confesé todo lo que había dicho entre sueños. "Estoy un poco loco por lo que veo", me dijo. Como un fantasma meditativo y en batín, deambulé por la sala. Me senté en el sofá. Noté algo duro dentro de uno de los cojines. Abrí la cremallera y era una pistola. La saqué. Nunca había tenido una en las manos. Estaba fría como una tumba. Me dirigí al cuarto. Él estaba todavía en la cama, llevaba las gafas puestas, revisaba unas facturas. Le apunté. Le dije: "duerme".





No hay comentarios:

Publicar un comentario