Entré en la taberna dando un paso de baile pero al apoyar la pierna sobre la barra noté como el cansancio se me caía encima. El camarero sonrió en señal de aprobación y me ofreció un vaso de agua con azúcar. En el taburete me senté en la posición de flor de loto, bajé dos veces las escaleras que iban al baño, ayudé a una de las camareras a llevar dos bandejas llenas de zumos y cafés. Tenía la cintura envuelta con la bufanda a modo de fajín. Secaba el sudor con servilletas en las que se leía "gracias por su visita". Las vidrieras de colores primarios de la taberna reflejaban mis estiramientos. Le lancé mi boina como un frisbee al chef al verlo aparecer por la sala pero pareció no estar en forma. El reloj digital en mi muñeca  bajaba sus pulsaciones al enfrentarse al reloj de cuco. Pedí la cuenta en la posición de la langosta. Era el momento de ponerme el gorro de piscina e ir a la pastelería.

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