De fondo sonaba "4'33" de John Cage a todo volumen. Me había puesto una camiseta blanca raída para mancharme todo lo que quisiera. Sobre la cama de agua (rematada con algunos parches de plástico en forma de insectos), coloqué la toalla verde esmeralda y encima una hoja A1 de poro rugoso. Llevaba puesta la cinta para el pelo que me había firmado André Agassi. Y las muñequeras. Me balanceaba en la posición del loto como un buda a la deriva. Estaba dispuesto a desaprovechar toda la pintura que fuera necesaria para estirar correctamente mis músculos. Con el brazo derecho alcancé el pincel, forzando lo máximo posible hasta gruñir; con mi brazo izquierdo, alcancé el acrílico cián. Saludé al sol (a la lámpara). Cayeron unas gotas sobre el papel que recibí con alegría azarosa. Continué goteando en la posición del bailarín, del guerrero y de la media paloma todas goteando tinta china. Observé de reojo como todos los trazos de pintura que intentaba encajar iban enmarañando una figura. Parecía larga. Me fue difícil utilizar el bote de spray verde fluorescente en la posición del camello pero la apertura de mi pecho lo agradeció. Inspiré. Inmediatamente realicé con un esfuerzo cubista en mi cara la posición de la báscula para observar la hoja desde otra perspectiva. Espiré. Terminé con la posición del corredor escupiendo rosa chicle, la rueda arrastrándome con azul prusiano y la montaña clavado con rojo carmesí. Sudando aguarrás, observé el resultado. Me incorporé de la cama de agua resoplando. Doblé la hoja A1 por el medio e hice el pino sobre ella. La abrí de nuevo y era como un test de Rorschach. Decidí intentar averiguar que veía: lo que parecía ser una tormenta en el atardecer.

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