Me quedé encerrado en un HyM

Soy presumido pero no tanto. El vigilante ni se inmutó. Iba cargado de bolsas para su mujer y mi vanidad no me dejaba salir del probador. Ambos estábamos aprovechando las rebajas. Canturreé hasta el último segundo cada uno de los temas del hilo musical. Luego saltó un disco de ambient y me puse a meditar. Salí abriendo la cortina del probador como si entrara en un mundo oscuro paralelo. El roce de las prendas las unas contra las otras colgadas en las perchas relajaban como ASMR. Prendas fabricadas en Vietnam. Las luces se encendían a mi paso. Quizás por mi delgadez la alarma no me reconociese. Me paseé por los amplios espacios acariciando los abrigos de nueva temporada: terciopelo. Me puse una gorra de borreguito sobre la cabeza y simulé ser un lobo. Los sombreros de alas miraban fijamente a mis sienes. Los calcetines suplicaban ser convertidos en muñecos con ojos de botones. Interpreté varios personajes frente al mayor espejo: Madonna, Marlene Dietrich, aunque mi silencio era más de la Garbo. La ovación a mi actuación y tranquilidad fue la de los pendientes de la sección de Mujer que tintineaban como una lámpara del Tibet. Me probé todas las tallas XXL. Monté una tienda de campaña a base de trajes de chaqueta. Escribí algunos poemas a vuela pluma y los metí en los bolsillos de todos los pantalones cargo que encontré. Eran poemas sobre naturaleza y sobre el paso del tiempo: pastoriles. Mis compañeros los maniquíes no se manifestaban. Fríos en sus colores beige. Durante el resto de la noche no tuve hambre, no tuve sed. Estaba cada vez más rígido. Más Ken. Las extremidades de plástico duro, el sexo compacto y los ojos no movibles. Mi melena cayó al suelo como una peluca. Nadie me reclamó al móvil. Creí que me estaba convirtiendo en árbol, busto clásico romano o florero. No tuve opción: a partir de ahora podréis encontrarme rígido eternamente en la sección de hombre del HyM de la Calle Orense de Madrid.

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