Llamada

El sonido del teléfono me despertó.
Me había quedado dormido en el suelo, con la ropa puesta y con el dedo índice metido en uno de los muchos agujeros que había en el sofá deshilachado, como si quisiera reproducir la sensación infantil de tranquilidad al meterse uno el dedo en la boca.
Debido, quizás, al repentino sobresalto, o debido, a que quizás no me gustaba hablar por teléfono, no conseguía recordar y menos tan aturdido, dónde había dejado el teléfono.
Tuve que seguir en pleno aletargamiento las repeticiones del timbre que sonaban opacas, graves y desesperadas, lo que me hizo dilucidar que estaría en algún lugar bajo algo.
Merodeando un poco, acerté a la primera, descolgué el auricular del teléfono que se encontraba sobre la silla, sepultado por un montículo de ropa limpia pero sin planchar. Era Laura.

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