Café Central

Nos citamos en el Café Central. Era sábado y estaba a rebosar. El camarero iba vestido a la antigua, lo que me hacía parecer un extraterrestre. Todas las paredes estaban cubiertas de espejos y estuve obligado a verme infinito. Me desagradaba ver a gente y estar rodeado de ella.
Me senté en una de las mesas del centro de la sala. No llevaba reloj de pulsera, pero intuía que Laura llegaba tarde. Pedí un vaso de agua al camarero. Su uniforme era una mezcla entre el de un botones y un pinche de cocina.
Para calcular el tiempo que pasaba, inventé mi propio método: por cada sorbo contaba sesenta segundos, así hice hasta que terminé el vaso, y los sumé a los diez minutos que ya intuía de retraso.
Un fuego, una desesperación me invadió el pecho y decidí levantarme e irme.

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