Las sillas duelen
a las espaldas torcidas
porque obligan a ser
consciente del paso
del tiempo
en el cuerpo
del tiempo que has pasado
agachado
oliendo flores
recogiendo monedas
del suelo
del tiempo preocupado
por preocupaciones
que preocupan
a los abuelos.
La silla de madera
el árbol caído
endereza la columna
vertebral
y hace que duela
y respire mejor
y no sé si concentrarme en el placer
de respirar
este oxígeno
de ciudad
o
en el dolor de la esperanza
de ser bípedo.
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