MCGREGOR tomaba el té como si estuviera muerto, es decir, lo hacía tan en silencio y tan quieto que parecería tener un brazo y una boca mecánica. Pensaba en realidad, en qué podría pensar. Aquel día, después de tomar dos tazas sin azúcar, se puso su abrigo de seiscientos euros sobre su pijama de sesenta y bajó a la calle a dar un paseo y poner las cosas en orden para llegar a la conclusión sobre cuál sería el primer tema en el que querría pensar al llegar a casa. - ¡Eres un neurótico! -parecía decirle el teckel de su vecina al cruzarse en el ascensor con una mirada ingenua y agitada.
Pero McGregor lo era, un poco o bastante, según con quién comparase su neurosis. Quizás era un ejemplo de templanza en comparación con su compañero de piso. ¡Menudo paseo! Esa era la mejor hora para caminar, en la que sólo los locos y los vagabundos se relacionaban entre ellos. ¡Nubes negras, grises y blancas!

McGregor demostró su cálidad. Cogió la mano de Severine. El armazón de madera era gris y necesitaba pintura, la barandilla era insegura. Gabriel Ernesto había organizado aquella fiesta en la que el tema era "disfrázate de tu locura", inspirado en la forma que tenían los surrealistas para divertirse: imaginación y catarsis. McGregor se disfrazó de neurótico. Su disfraz  consistía en una cabeza de globo atada a su cuello en la que por cada una de las caras dibujó otras con diferentes expresiones. Mathias Fichmann dijo que no le era adecuado, que parecía que iba vestido de doble personalidad, o de vago. Andaba por la fiesta también Lido, que seguía muy de cerca (haciendo zoom con sus ojos azules como canicas dobles hacía McGregor y Severine) y parecía tener un buena salud. Iba disfrazada de ninfómana. Por lo que dijo al saludarles, continuaba corrigiendo las pruebas de su relato " La idiota de la familia". Severine pestañeaba por encima del hombro de MacGregor mientras bailaban. Severine iba vestida de polvo de estrellas. Observaba a Lido con una intensidad calmada y misteriosa que parecía invitarla a algo. Sonaba una canción de Dylan: "her sin is her lifelessness..".

A las 00:00 en punto MacGregor llegó a casa. Charlie, su compañero de piso, estaba sentado en el sofá pintándose las uñas de los pies en ropa interior. MacGregor pensó que no eran sus mejores calzoncillos y además esa desnudez parcial en otoño le parecía una provocación. Saludó tomando un lápiz de la mesa del hall y pinchando el globo. Se sentó a su lado y por un momento hubo un pequeño roce de pieles. - Pinto mis uñas de negro porque el negro no es un color o es un no-color. Hablaron sobre qué habían cenado. Se fueron a la cama a la vez, pensativos, como si uno fuera la mascota del otro. El cuarto de MacGregor, compuesto de mesa-escritorio, silla, cama y armario, parecía centellear en el espacio. Estaba cubierto de purpurina. Charlie había estado allí. Instintivamente, olisqueó si había algo revuelto, si habría estado buscando algo. Tampoco podía suponer qué sería tan importante como para entrar en su intimidad. Pero por el contrario, le invadió un aire de satisfacción el hecho de que hubiera estado allí. Se le hinchó el pecho del disfraz.

A la mañana siguiente, a la hora del té, McGregor estaba de un humor exultante, exhuberante. Añadía a todo lo que decía una cadencia particular, de color negro, amarillo o rosa palo. Charlie miraba por encima del hombro de MacGregor mientras hablaba con él, distraído en el reloj de cuco, que estaba a unos segundos de marcar 17:00. - La fiesta fue un bello caos. - Ajá.- Severine me permitiço sólo un baile. Sentí que yo era su Bob Dylan y ella mi Joan Baez.
Charlie se retiro al baño. McGregor siempre había observado que pasaba horas enteras encerrado allí. Como supo que tendría que esperar, deció dar otro de sus paseos con el pijama bajo el abrigo. Al volver, y al abrir la puerta, ojiplático reparó en que Severine se encontraba en el sofá pintándose las uñas. - Me pinto las uñas de negro -dijo - para debatir con quién me pregunta si es un color o no. - ¿Qué haces aquí?. - Vivo aquí, estuve en el baño, ya sabes que es mi momento zen. Quería agradecerte que hayas comprado ese bambú para decorar la repisa. Queda muy bonito junto a la radio. Muy acogedor.
McGregor no supo qué responder. Ese bambú se lo había regalado a Charlie. Hierático como una momia recién resucitada, y como con un crujir de huesos, se dirigió a su cuarto, mesa, silla, cama y armario, y en medio de aquella constelación de madera se preguntó que estaría ocurriendo. Lo importante era que Severine estaba allí. Pensó que en la próxima fiesta de "Disfrázate de tu locura" tendría que ir vestido de otra cosa.

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