"Soy del Madrid pero nunca quiero que gane" (para poder dormir).

Vivo cerca del Bernabéu, como Gloria Fuertes. Escribo cuando el perro del vecino ladra, los chicos gritan a la salida de la discoteca, el pastor declama misa al aire libre en la mañana y los hinchas del Madrid celebran en la madrugada. No me dejan dormir y soñar. Uso la incomodidad insomne para crear algún texto que sirva contra la pereza de cuando tengo que escuchar a la musa y no lo hago. Durante la tarde el pequeño perro de caza, solo, en el apartamento, se lamenta durante cuatro horas. Busco en Google cuánto tiempo puede un perro ladrar de desesperación y atención. A las tres de la mañana los chicos y chicas entran en la discoteca con la esperanza de ligar fuera de las redes sociales. A las seis de la mañana salen de la discoteca con cánticos tristes de que no. Al despertar, aprovechando la calma del trafico de domingo por la mañana, el cura que supongo que quiere tomar el sol, da una misa con un micrófono que reverbera por toda la calle de doscientos números. No hay ninguna franja horaria en silencio en el centro de la ciudad. A veces pienso en mudarme a Ávila, pero pronto se me pasa. No puedo pretender estar en un lugar físico y espiritualmente en otro. Quisiera vivir en un invernadero. Ser un guisante. Convivir con otros guisantes en silencio. A veces deduzco que la solución para dormir tranquilo pasa por unirme a cada uno de los grupos. Entrar en la discoteca de adolescentes, proponer al vecino pasear a su perro a las doce, acoplarme a la misa al aire libre como monaguillo vecino o hacerme socio del Madrid. Pero como diría Groucho, no sé si me admitirían. Por eso, escribo palabras: como ladridos, como berridos adolescentes, como salmos, como hala Madrid.

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