Juan Dando
"David Lynch"
Éramos, somos, cinco hermanos. Y recuerdo que a principios de los años noventa, nos sentábamos repartidos en el sofá y los sillones junto a nuestros padres para ver Twin Peaks. Yo a veces en el suelo, con mi mantita de borreguito, jugando con algún muñeco. La anécdota en cuestión es que después de ese ritual televisivo, el drama llegó en el último capítulo, donde el asesino de Laura Palmer se descubriría. La tensión y el silencio se respiraba en el salón, se podía cortar con un cuchillo jamonero. Supongo que a mí me daba igual porque estaba entretenido con mi muñeco pero ante tanta expectación, era consciente de que un momento culminante estaba a punto de llegar. Mi padre, ante tanto mutismo postadolescente, dejó de tener interés, y decidió dos minutos antes de que se descubriera el pastel, pasar por delante de la televisión hacia la terraza a ritmo de tortuga. El roce de sus zapatos de estar por casa contra el suelo sonaron amplificados ante tal concentración. Mis hermanos gritaron, incluso creo que gritó mi muñeco también frente a ese sacrilegio. Tantos capítulos, tantos minutos gastados de tirantez se iban al garete para observar a mi padre tapando la tele con su cuerpo en esos precisos instantes. Indignado por ese paseo mundano que causó tanto revuelo, cogió el mando de la tele sigilosamente y lo escondió en uno de los bolsillos de su bata verde Lynch. Retrocedió y volvió a su sitio, y en el momento en el que se iba a descubrir el asesino de Laura Palmer apagó la tele. Las caras blancas de mis hermanos se quedaron aún más blancas. Hubo chillidos. Lamentos. Desesperación. Mi padre, sentado, obtuvo su venganza. Moraleja: nunca quejarse de que a tu padre le apetezca salir a tomar el aire en la terraza.
«YO OS DECLARO MARIDO Y EDIFICIO»
Estoy enamorado de un edificio. No es que me guste sólo arquitectónicamente, si no que también de forma sentimental, es decir, me gustaría llevármelo al cine y agarrarle de la mano. No cabría en un cine, es una mole, pero lo veo cada mañana, lo puedo ver desde la ventana. Es mi vecino de enfrente. Le guiño el ojo pero sigue impertérrito sin devolverme el guiño. Paso por debajo y lo venero. Es perfecto para mí, lo que siempre he buscado: está cuadrado, parece inteligente, sus ventanas están abiertas, tiene una azotea amueblada. Puedo ver que se relaciona con mucha gente, ejecutivos sobre todo pero yo soy otra cosa, los polos apuestos se atraen. Quiero casarme con un edificio, y tener hijos, un coche y un perro. Es tan elegante en su hall de entrada, tan bien iluminado durante la noche. Es un poco mayor que yo, veinte años por lo menos. Sus padres son dos hombres, dos arquitectos. Me gusta que venga de una familia progresista. No sé cómo decírselo. Cómo declararme. Quizás gritarle mi amor con un magnetófono, o meter en todos sus buzones cartas de amor. Si tuviéramos hijos supongo que tendríamos un pequeño estudio bohemio de vigas industriales. Si tuviera que declararme, me asomaría al exterior desde alguna de sus ventanas como en Romeo y Julieta con la diferencia de que Romeo sería la propia ventana en la que me asomaba. Habrá gente que esté enamorada de su teléfono móvil, de su bicicleta, de su coche, de sus zapatos, de su monitor de gym, pero yo lo estoy de un edificio y no quiero hacerle daño provocando un terremoto de tanta pasión.
Salón de campo (chimenea)
LA CHIMENEA es una enorme radio de mármol
de frecuencias de marcos del pasado, como bolas
de cristal de madera que adivinan lo que ya
todos sabemos: pigmentación de caras de plata
los sombreros de paja colgados como fantasmas
con cabeza, insolados de verano, lacios de lazos
cumpliendo otra función que no es: rellenar el vacío
los jarrones que pesan sudor de manos agrietadas,
con secretos dentro que los convierten en instrumentos
musicales, el oro del reloj de ciervos marca berridos
supersónicos: no importa las dos de la tarde
{hay un cuadro dado la vuelta
nadie sabe nadie pregunta
es un recuerdo castigado
la silla de mimbre es tan baja que a uno
lo pone al nivel del fuego
el fuego es más alto
el fuego es un palacio}
el bolígrafo ha reventado en el bolsillo del jersey
de punto, es insalvable, la tinta gotea sobre la alfombra
el lamparón es un poema que mancha, que no ilumina
que oscurece, que no podrá salvarse de la ceniza.
Mente en blanco
veo un pulcro muro, no hay grafitis, no pienso, mi nombre es Nada, o Alejandra Pizarnik, ojalá la flecha roja a la diana negra, ni siquiera es presente el reloj, no puede medir, estoy emparedado entre lo cósmico negro del globo ocular de hielo de frente de nieve, mudo de sangre, el té se congela antes de caer al suelo, reflexión de animal, reflexión de pinchazo, flexión de mármol, el sendero es tan ancho que lo abarca todo kilómetros de profundidad en el océano, agujero pálido, casa de conejo negro, azúcar de galaxia, ni aleteo de mariposa, ni guiño, ni impulso lechoso, el tiempo es una cabeza de alfiler plateada, instante de purgatorio, instante de vírgula de eñe que desaparece, no hay ni fondo ni forma detrás de este muro blanco, instante de polinización mental inerte sobre mi vida.
No-barbacoa
entre cuatro muros verdes como cárcel de contemplación
la barbacoa vacía de carne es un féretro
el zumbido de la depuradora produce mantra
al columpio le pesa el bikini todavía húmedo
parece que a las moscas no les gusta las portadas de las revistas del corazón tiradas
sí
lo dulce de las plantas de mis pies sucios de higos dulces espachurrados
los perales preparados para parir globos de gotas gordas amarillas de compota
han matado a algún pájaro, las plumas cortan el papel azul del cielo cuando caen
el silencio de las esquinas no rematadas aún con granito ocupan gnomos
insectos como monstruos que destruyen ciudades al microscopio
la regaderas, teteras por el suelo
sometes las manos dibujando un mapa interior en la hierba para no expresarme lo que sientes
arde de verde y negra la vista al sol
truena hacia las antenas del pueblo, a lo lejos, como palmeras después de un incendio.
h-o-l-a
Nadie va a leer esto
Ni siquiera yo porque lo estoy escribiendo
Se pierden como lágrimas en la lluvia, ok,
No puedo llorar, entonces como palabras que se pierden en la pantalla
Estas palabras son importantes por ellas mismas, aunque no se lean
Están escritas, están creadas, no son invisibles
Aunque no sean importantes ahí están, aunque sean para juzgarlas
Hola, critica ahora una h una o una l una a
Lánzale flechas de pensamientos negativos
Escúpeles razonamientos mucho más llenos de sentimiento que la propia palabra vacía que he escrito, gracias a mí has creado un texto mucho mejor, de nada
barrio de madrid
Hoy he visitado veinte años después los sitios donde viví
Y donde a la vez no viví porque vivía en un lugar en mi cabeza donde el sofá imaginario era el futuro
No sentí nada y nadie me pinchaba
Los momentos bajos del pasado me rozaban las extremidades como burbujas de jabón
Nada, todo, era el ahora con respecto al ayer
Tan joven tan guapo tan deprimido
Quien dice que soy el centro del mundo más que yo
La heladería continúa, algunos árboles continúan, algunos árboles
Nadie se acuerda de mí, sobre todo, porque nunca saludaba, nadie se acuerda de mí, porque nunca maté a nadie, porque nunca me fui sin pagar de los bares
El barrio al que pertenecí me ha olvidado
Es el peor olvido, porque yo lo recuerdo a él
Porque hace veinte años a los veinte años era como vivir en un túnel en el que muchas luces asomaban
Nada podía perder, ahora continuo sin perder nada, nada ha cambiado, ¿Cambiará? Cuando dentro de otros veinte años vuelva a visitar ese barrio donde viví a los veinte años.
Alba de Albal
El despertar es volver a nacer
sólo quiero dibujar o hacer collage
esperanza es el café
y no me arrepiento de nada
Da igual el tiempo que quede
para ir a trabajar, el sol
ya ha salido, las pesadillas
han acabado, la realidad
es mejor
nunca nocturno, nunca insomne
la mañana es la resurrección
de la creatividad, de los pensamientos
colocados en su sitio, donde sea
para descolocarlos sobre el papel
Bolsillos
Bolsillos
No tengo nada en los bolsillos
Aunque insista, e indague y profundice
No hay nada
Hay tela, raída, gastada de tanto buscar
Recuerdo cuando estuvieron llenos
De monedas que rozaban los testículos o de billetes que acariciaban los testículos
Hubo un día en el que en mi bolsillo hubo un papel en el que estaba escrito tú número de teléfono
"Me siento eléctrico. Me he transformado en un teléfono inteligente. Al menos una de las dos cosas me ha venido bien. Lo peor es el cargador: me siento como si estuviera atado a una correa de perro o encarcelado con una cadena al cuello. La corbata incomodaba menos. Pero está bien, me llena de energía mientras estoy bajo de datos y no tengo nada que decir. Cuando no tengo cobertura no puedo quedar con mis amigos: no me entero. Y nunca me apago. Siempre estoy encendido. Mis conocidos echan de menos la época de los sms. A veces los WhatsApp te cogen en el baño y el doble check me pilla estando en la ducha, a punto de electrocutarme. Soy buen amigo. Mi pecho es táctil, siempre lo fue. Pero ahora es una pantalla llena de apps de diferentes colores. Spotify y X coinciden con mis pezones e Instagram con el ombligo. Vibro. Mis ojos son cámaras. Me han pegado stickers de unicornios por todas las extremidades. Ya nadie me llama y mis oídos lo agradecen pero tengo miedo a que las videollamadas me expongan de cintura para abajo. Voy en pantalón de pijama. Me gusta que me utilicen como notas. Desde la lista de la compra a poemas malos. Google es mi dios. Lo sé todo. El tiempo, las últimas noticias. Los tiktoks de los influencers me dan dolor de cabeza. Dejadme en modo avión. Y no me robéis, es un disgusto. Pasar todos los contactos a otro cuerpo desgasta mucho. Hay mucho cable que cortar con esta transformación. No imagináis a toda la gente que tengo bloqueada. Siento un nudo de auriculares por esta razón. Me cuelgan al cuello y me pasean, siempre estoy cerca de otro cuerpo. Me he convertido en una extensión corporal de alguien que cada vez más deriva a un cyborg. Pronto moriré de obsolescencia programada. Van a sacar un Juan Dando 15".
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